El jefecito exigente

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Su pullover de rayas blancas y rojas, su jean azul desgastado y zapatillas deportivas, ese era el  conjunto preferido de Jinsu para ir al trabajo. La razón, no llamar la atención en ningún sentido y como en su trabajo el área de diseño supuestamente era la más extravagante y él era supuestamente ¨joven¨ como que no le decían nada por su vestuario.

Se dio una última revisión en el espejo. Sus ojos todavía estaban exaltados por lo ocurrido esa mañana en el hotel, ahora en su casa todavía no había se había podido calmar absolutamente nada. Por lo que los cubrió con sus espejuelos fondo de botellas que ocultaba sus orbes. También lo hacía porque estos tenían la tendencia a cambiar de color cuando menos se lo imaginaba o veía sangre u olía, aunque ahora no sabía cómo reaccionaría dado que había creado un esclavo de sangre.

Por último se pasó la mano por el cabello de color cenizo, un color entre el gris y el negro que no estaba ni para allá ni para acá. Lo odiaba, y eso que no contaba que era prácticamente indomable por la cantidad que tenía ya demás solo hacía que se viera más pálido de normal.

Una vez delante de su asiento se dejó caer pesadamente.

-Otra vez con esas fachas, así no te casarás nunca- uno de los diseñadores que se sentaba al lado de él le preguntó.

Jin no podía decir que realmente le gustara su vestuario, era...práctico. Prefería la ropa ajustada de cuero oscuro mate y el maquillaje en su rostro, ojos delineados y bien marcados haciendo que el dorado de ellos se viera más sensual, ropa que usaba de noche cuando necesitaba algo de sexo y algunas veces sangre de más. Pero no podía ir a trabajar con esas fachas, sobre todo porque no quería que nadie reconociera su doble identidad o como él lo llamara.

-¿Oye, te sientes bien?-

Jin no recordaba su nombre, apenas llevaba trabajando dos meses en aquella empresa y no tenía buena memoria para detalles como esos, al final, era una pérdida de tiempo, los humanos siempre se morían. Aprender los nombres creaba un tipo de lazo, lazo que él no quería, prefería ser un alma libre.

-Si, por qué lo preguntas- hizo una sonrisa incómoda.

-Porque te vez como una mierda. Incluso tu forma de caminar, por no decir tu piel. Se te ven las venas-

En primera que sutileza tenía ese hombre. En segunda. ¿SE LE VEN LAS VENAS? ¿YA? Pero si apenas habían pasado unas pocas horas. Los síntomas de deterioro no podían aparecer tan rápido.

-Con permiso- agarró su bolso y corrió en dirección al baño sin importarle chocar con cualquiera que se le metiera en el medio.

Cerrando la puerta con pestillo del cubículo se sentó sobre a taza de uno de los retretes y rebuscó en su bolso. Específicamente en un bolsillo secreto que él mismo había diseñado cuando confeccionó su bolso. De allí sacó una pequeña bolsa del tamaño de su mano con un líquido rosado claro y casi transparente.

Hizo una mueca con el rostro. Sangre reforzada químicamente. Lo único que le permitía a los vampiros poder sobrevivir bajo la luz del sol y ocultar sus acostumbrados ojos rojos y colmillos. Y la muy maldita mercancía costaba un ojo de la cara y la mitad del otro. Sudaba todo el desgraciado mes para poder pagar cuatro bolsas que tenía que distribuirlas durante todo el mes.

Normalmente tomaba sangre día de por medio fuera de las bolsas normales que guardaba en la nevera o de alguien que pudiera sacarle un poco sin que se diera cuenta, y una vez por semana la reforzada. Lo que ocasionaba que a veces estuviera más débil de lo normal y pudiera ser presa fácil para algún otro vampiro regado por ahí, pero no podía darse el lujo de que lo descubrieran. Y comprar más sangre en el banco secreto donde mismo conseguía la reforzada, era un lujo que no podía darse. El dinero no le llegaba por tubería.

Esclavo por equivocación (vampiros)®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora