Capitulo 38

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- ¿Cuándo pensabas decírmelo? – gritó furioso.

Todo había sido muy bueno para ser real: Jorge se había encargado de traernos de vuelta a casa un poco antes de que anochezca. Había hablado con mi familia y no había tenido necesidad de mentirles en nada: mi relación con él estaba siendo tan genuina que me asustaba.

Los moretones de mi rostro y mi costilla habían cambiado su color verdoso a uno un poco más azul, dolían igual, pero estaban menos inflamados.

Y ahora, tenía a Abraham regañándome en el teléfono por haber recibido una golpiza. Aprete mis dientes de solo pensar que Cristina había corrido a contarle esto cuando me había visto en la casa de Jorge. Ese inútil seguro hasta había disfrutado de verme así.

-No es nada, en serio – dije

Me senté en la cama, frente al espejo, para desenredar mi pelo recién lavado frente a él.

- ¿Qué no es nada, Danna? trabajas con tu imagen, mujer, ¡debes tener cuidado!

Revolee los ojos, aprovechando que no pudiese verme.

-Lo siente, ¿de acuerdo? Fue una situación que salió de control, y no fue algo que yo pude controlar – expliqué -. Créeme, me hubiese gustado no recibir un par de golpes, si hubiese podido elegir...

En serio, ¿Cómo podía pensar que yo estaba arriesgando mi culo solo por diversión?

- ¿Crees que los moretones pueden irse antes del desfile?

Lo único que importaba.

- ¿Cuándo es? – pregunte totalmente desorientada.

-Vaya, jamás te escuché así de desorganizada, ¿Qué esta pasando contigo? – pregunto sarcástico. ¿Por qué lo estaba odiando? Iba a cortarle el teléfono -. Es el jueves

Acomodé el calendario en mi cabeza. Teniendo en cuenta de que era domingo... No, no había forma de que los moretones desaparezcan en cuatro días.

-Sí, todo estará en orden para el jueves – mentí

-Bueno, espero que me mantengas al tanto de tu vida a partir de ahora

-Lo haré

Asentí, como si pudiera verme y corté.

Terminé de peinarme y me recosté en la cama unos minutos antes de cenar.

Mi día había terminado cenando sushi con mi mejor amiga, en un lujoso departamento de Buenos Aires, mientras recordábamos anécdotas y ella hacía bromas sobre mi ojo. Nada mejor.

Me revolví en la cama preguntándome porque no había cerrado a la perfección la cortina la noche anterior. Un rayo de luz daba derecho en mis ojos. Me corrí para esquivarlos, pero era en vano: ya estaba despierta.

Estiré mi mano para tomar el celular. Revise mis redes, aunque nada nuevo había allí. Insultos, cosas graciosas y hasta halagos. Por algún motivo todo esto me estaba divirtiendo últimamente.

Entré a la página de chismentos como solía hacerlo. ¿Cómo no iban a tener tanta popularidad estas páginas si hasta yo consumía lo que había en ellas?

Bajé por las noticias de distintos famosos hasta que lo vi. Sonreí como una idiota. Sí, tranquilamente podría ser la presidenta de sus fans club.

Parecía que había salido a desayunar. Esta vez solo. Tenía esa costumbre, le gustaba desayunar afuera.

Observe las fotos, una por una. Tenía un polo básico, con las mangas cortas pero largas. Unos botones en la parte del cuello que, por supuesto, estaban desabrochados. Sus jeans claros se pegaban a sus largas y finas piernas. En los pies, sus amadas zapatillas. Y, como no, sus lentes de sol. Una imagen que no me molestaría ver por el resto de mi vida.

Después de unos minutos mirando el celular como una idiota, me dispuse a hacer algo productivo de mi día y me levanté para caminar hasta la cocina y preparar el desayuno. Todo estaba muy tranquilo, así que Fernanda o dormía o había salido. Ella y el silencio no son muy buenos amigos.

Cuando puse la cafetera en marcha, el ruido de las llaves me distrajo. Rápidamente confirmé mi segunda hipótesis.

Reí cuando la vi entrar. Tenía un ramo de flores en su mano, y una bolsa en la otra. Se comportaba como si conociera la ciudad como a la palma de su mano.

-Apaga eso, traje comida.

Apoyó las cosas en la mesada. Tomé las flores para olerlas. Ambas teníamos la misma obsesión con ellos, podían alegrar cualquier ambiente solo con su aroma y sus colores.

Busqué un lugar donde ponerlas. Las acomodé en el centro de la mesa.

-Hay un buen lugar de donas justo en la esquina – exclamó cuando me vio volver a la cocina.

Sonreí. Ni siquiera había salido a caminar por el barrio.

Revolvió la bolsa y saco dos vasos descartables de café. Me estiró uno. Lo tome mirándola divertida.

-Te encanta esta vida – le dije.

- ¿A quién no?

Touche.

-Puedes quedarte el tiempo que quieres – dije, subiendo mis hombros.

Realmente no sé qué haría sin Fernanda acá. Estaría igual de sola que en Madrid, pero en una ciudad completamente desconocida y, como no, más peligrosa.

-Voy a ver que tanto puedo faltar a la universidad, no todas nacimos con tu cara, ¿sabes? – comento divertida

Negué con mi cabeza mientras largaba una carcajada. Continué sacando cosas de su bolsa. Esta vez, una caja con media docena de donas dentro de ella. La mire desesperada. Estaba verdaderamente hambrienta.

-No imaginas la envidia que te tengo – musito de golpe. Levanté una ceja extrañada -. En serio, mujer, ¿Cómo es posible?

¿De que hablaba? ¿Y porque estaba comportándose como Jorge? ¿Qué era lo que le pasaba? ¿Acaso creían que todos habíamos nacido con el don de hablar de muchas cosas al mismo tiempo?

Buscó algo dentro de la bolsa. Ya estaba empezando a preguntarme cuantas cosas podían caber allí.

Sacó una revista y la tomó con ambas manos. Prácticamente destruyo la bolsa, la hizo pelota y la tiró al tacho. Se acomodó en la banqueta con la revista frente a ella. Era una conocida revista de moda.

Y, ¿ahora qué?

¿Solo iba a ponerse a leer dejándome ahí desorientada?

-No estoy bromeando – comento, levanto la revista en el aire y la dobló. Se la pego en el pecho, como si estuviese ocultando algo -. ¿Crees que pueda llevarme a alguien a la cama diciendo que soy amiga de este ser humano? No me parece justo, no hay chance de que alguien se fije en mí si te pueden ver a ti así.

Giró la revista.

Escupí el café cuando vi una de las fotos que había hecho el sábado en la hoja. ¿Por qué habían lanzado todo tan rápido? Ni siquiera sabía que iba a aparecer en alguna revista.

"¿Dónde más la pondrían, idiota?", pensé.

La arranqué de sus manos. Mire la foto de cerca como si eso mejorara algo. Ahí estaba yo, con un conjunto algo violeta, casi negro, de encaje. Tenía mi pelo ondulado, caía en mis hombros desde la alta cola de caballo. Estaba jugando con un chicle bien rosado que tenía en mi boca. Los lentes de nachos marcos solo le agregaban sensualidad en la foto.

No me había dado cuenta de lo provocativa que me veía hasta que me observe.

-En serio, todos en las redes están hablando de lo increíblemente caliente que te ves ahí – comento, sin levantar la vista de su celular -. Apuesto que Jorge se volvió loco.

Oh, no.

Estaba en problemas.

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