Capítulo 69 (Él)

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Nunca fui una de esas personas a las que les gustar estar solo. Tampoco nunca me agrado la tranquilidad. Nunca entendí por que a la gente le gustaba pasar un día entero en la cama.

Durante mi adolescencia corrí de allá para acá. Todos los días, todo el tiempo. Siempre necesite estar haciendo algo. Y así crecí: intentando nunca estar quieto. Siempre que mi vida se detenía, algo pasaba. Algún rumor corría, alguna mala noticia llegaba.

Tuve la necesidad de escapar bien lejos después del incomodo viajé hacia al departamento de Danna, con Fernanda que no dejaba de querer llenar los silencios incluso con sus quejas y su mal humor.

Había escapado justo después de que las dos bajaran de mi camioneta. Hui sabiendo los compromisos que tenía al día siguiente. Desaparecí en cuestión de segundos dejando todo atrás, como una nunca antes.

Necesitaba aire.

Por primera vez en la vida quería paz.

Siempre me gustaron los lugares escondidos de Buenos Aires. Lo tenía todo: desde montañas hasta playas. La primera cosa que hice cuando me mudé a Buenos Aires fue buscar un lugar dentro del estado capaz de aguantar mi locura en ese tipo de situaciones.

Había comprado una estancia, en el medio de la nada, a unos 20 kilómetros de la casa. Siempre había tenido en mente que, en algún momento, todo iba a terminar afectándome. Por suerte, mi cabeza estuvo por explotar solo una vez, justo después de la estúpida apuesta con los chicos. En esos días había escapado hacia la estancia como por unos 20 días. Ni siquiera Agustín sabia donde se encontraba. Solo Michael, quien había sido el encargado de buscarme en ese momento y quien se había aguantado todas mis reflexiones en el viaje de vuelta.

La naturaleza me hacía bajar a tierra.

El silencio y el verde calmaban mi ira. En mi casa, probablemente golpearía todo hasta destrozarme los nudillos, lo que me traería algunos problemas.

Había llegado como a las once de la noche. Eran casi siete de la mañana y, por supuesto, no había comido ni dormido nada. Cuando vi por la ventana que el sol ya se reflejaba en la laguna, me quite el polo y aproveche para correr hacia la planta baja. Temblé cuando el pasto mojado toco mis pies. Ni siquiera me había dado cuenta de lo nublado que estaba. De hecho, el reflejo en la laguna no era más que una resolana gris.

Iba a llegar una gran tormenta en cualquier momento.

Puse mis manos en los bolsillos de mi jogging y me concentré en el horizonte.

Odiaba estar solo. Odiaba sentirme diminuto, con las nubes sobre mi cabeza y los enorme arboles a mi alrededor. No quería aceptar que era solo un punto en el planeta.

Y entonces, me di cuenta que la necesitaba.

En ese momento, ahí conmigo.

De repente, solo quería escuchar su voz. Al menos con eso podía continuar por el resto del día pretendiendo estar encantado con la soledad.

Había estado muy ocupado los últimos días intentando quitarme sus palabras de la cabeza como para concentrarme en extrañarla. Estaba enojado. Furioso. Había bajado los brazos muy rápido por los dos, incluso cuando yo estaba dispuesto a por primera vez, enfrentarme a todo.

Deje mi enojo y orgullo de lado y tome el teléfono de mi bolsillo. Busque su numero con rapidez. Sin darme lugar a arrepentirme, lleve el aparato a mi oreja esperando escucharla lo más pronto posible.

Mi corazón se detuvo cuando The Hills de The Weeknd empezó a sonar a mis espaldas. Mi menté voló al momento en que discutimos sobre lo malo que ese tema era, y cuanto ella lo amaba. Tanto como para ponerlo de tono de llamada.

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