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Percy

—Avísenme cuando esto haya terminado —dijo Thalia, apretando los párpados.

La estatua nos sujetaba con fuerza; no podíamos caer, pero aun así ella se aferraba a su brazo de bronce como si le fuera la vida en ello.

—Todo va bien —la tranquilizó Harry, aunque él mismo se miraba a punto de vomitar.

—¿Volamos... muy alto?

Miré hacia abajo. A nuestros pies desfilaba a toda velocidad una cadena de montañas nevadas. Estiré una pierna y le di una patada a la nieve de un pico.

—No —dije—. No tan alto.

—¡Estamos en las Sierras! —gritó Zoë. Ella y Grover volaban en brazos de la otra estatua-. Yo he cazado por aquí. A esta velocidad, llegaremos a San Francisco en unas horas.

—¡Ah, qué ciudad! —suspiró nuestro ángel—. Oye, Chuck, ¿por qué novamos a ver a esos tipos del Monumento a la Mecánica, ese grupo escultórico de bronce que hay en el centro de la ciudad? ¡Ésos sí que saben divertirse!

—¡Ya lo creo, chico! —respondió el otro—. ¡Decidido!

—¿Ustedes han visitado San Francisco? —pregunté.

—Los autómatas también tenemos derecho a divertirnos de vez en cuando -repuso nuestra estatua—. Los mecánicos nos llevaron al Museo Young y nos presentaron a esas damas esculpidas en mármol, ¿sabes? Y...

—¡Hank! —lo interrumpió Chuck—. ¡Ellos son niños, hombre!

—Ah, cierto —Si las estatuas de bronce pueden sonrojarse, yo juraría que Hank se ruborizó—. Sigamos volando.

Seguimos volando, Harry de vez en cuando apretaba un poco más de la cuenta mi mano, pero se calmaba entre tanto.

—¿Y tú como te has librado de los guerreros-esqueleto? ¿No habías dicho que te tenían acorralado? —me preguntó Thalia y yo les hablé de Rachel, la mortal que me había ayudado.

—Hay mortales así, nadie sabe por qué —dijo Harry, parecía más bien pensativo—. Por ridículo que parezca, mi primo, Dudley, tenía una buena visión por sobre la niebla, aunque mucho menor a la de tu amiga Rachel. Le costaba algo darse cuenta. He ahí la maldita normalidad que tanto apreciaba Petunia.

—O mamá —dije, tratando de desviar su atención del tema de sus otros familiares—. Tengo la sensación de que puede ver a través de la niebla incluso mejor que yo.

***

—¿Dónde queréis aterrizar, chicos? —preguntó Hank, despertándome de una pequeña siesta.

Al parecer Harry también iba despertando, pues tenía la cara que usualmente tenía cuando quería seguir durmiendo un día entero.

Miré hacia abajo.

—Uau.

Había visto San Francisco en fotografías, pero nunca había estado allí. Era la ciudad más bonita que había visto en mi vida: una especie de Manhattan más pequeño y más limpio, rodeado de colinas verdes.

Había una gran bahía, barcos, islas y botes de pesca, y el puente Golden Gate destacaba entre la niebla. Tenía la sensación de que debía sacar una fotografía o escribir una postal: «Besos desde San Francisco. Todavía sobrevivo. Ojalá estuvieses aquí» .

—Allí -propuso Zoë—. Junto al edificio Embarcadero.

—Buena idea -dijo Chuck—. Hank y yo podemos camuflarnos entre las palomas.

Campeón [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora