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Harry

Bajamos en Crissy Field cuando la noche estaba en alto, Annabeth había corrido a donde su padre alagándole por su valentía y haciendo preguntas sobre cómo había conseguido bronce celestial.

—Chicos... —nos llamó Thalia, que estaba arrodillada junto a Artemisa, vendando las heridas de Zoë.

Me sentía culpable. Si tan solo hubiera tenido cuidado, si hubiese sellado bien el botecito de néctar, este no se abría derramado mientras trataba de liberarme de las sombras y tendríamos más posibilidades de salvar a Zoë.

Ese era el sentimiento de ser un completo inútil.

Artemisa, como sugerencia de Percy, iba a tratar de curar a Zoë, pero esta la detuvo.

—¿No os he... servido bien? —susurró Zoë.

—Con gran honor —respondió Artemisa en voz baja—. La más sobresaliente de mis campeonas.

La expresión de Zoë se relajó.

—Descansar. Por fin.

—Puedo intentar curarte el veneno, mi valerosa amiga —dijo la diosa.

Pero en ese momento terminé de entenderlo todo, no sólo era el veneno lo que la estaba matando, sino el último golpe de su padre. La furia de Atlas la había roto por dentro.

Miró a Thalia y tomó su mano.

—Lamento que discutiéramos tanto —le dijo—. Habríamos podido ser hermanas.

—Ha sido culpa mía —respondió Thalia, al borde de las lágrimas—. Tenías razón sobre Luke. Sobre los héroes, sobre los hombres y todo lo demás.

—Quizá no todos —murmuró Zoë, y le dirigió una débil sonrisa a Percy—. ¿Todavía tienes la espada, Percy?

Percy parecía tener un nudo en la garganta y sacó a Contracorriente. Ella sostuvo el bolígrafo con satisfacción.

—Dijiste la verdad, Percy Jackson —prosiguió Zoë—. No te pareces en nada a... Hércules. Es para mí un honor que lleves esta espada.

—Zoë...

—Estrellas —murmuró—. Las veo otra vez, mi señora.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Artemisa.

—Sí, mi valerosa amiga. Están preciosas esta noche.

—Estrellas —repitió Zoë. Sus ojos se quedaron fijos en el cielo y ya no se movió más.

Thalia bajó la cabeza. Annabeth se tragó un sollozo y su padre le puso las manos en los hombros. Artemisa hizo un cuenco con la mano y cubrió la boca de Zoë, al tiempo que decía unas palabras en griego antiguo. Una voluta de humo plateado salió de los labios de la cazadora y quedó atrapada en la mano de la diosa. El cuerpo de Zoë tembló un instante y desapareció en el aire.

Artemisa se incorporó, pronunció una especie de bendición, sopló en su mano y dejó que el polvo plateado volara hacia el cielo. Se fue elevando, centelleó y se desvaneció por fin.

Entonces Annabeth ahogó un grito.

Levanté la vista y vi que las estrellas se habían vuelto más brillantes y formaban una constelación que nunca había observado, ni durante mis clases de Astronomía, ni durante los ratos de ocio en los que observaba el cielo nocturno. Ahí estaba, una chica corriendo por el cielo con arco en mano, Zoë.

—Que el mundo aprenda a honrarte, mi cazadora —dijo Artemisa—. Vive para siempre en las estrellas.

***

Campeón [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora