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—No le hagas caso a esa idiota mimada —murmuró Hermione—. Sigue.

—¡Eh, Potter!

—Ni el menor caso —dijo Sally—Anne—. O le romperé la boca al más bárbaro estilo muggle.

—¡Potter! ¡Que vienen los Dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuh!

Rodé los ojos y tomé mi horario de la mano de Cedric, le sonreí y después caminé junto a Sally—Anne hasta la mesa de Gryffindor, me dejé caer a lado de George y me miró detenidamente.

—¿Qué te ocurre, Harry?

—Parkinson —anunció Draco, sentándose al otro lado de George.

George alzó la vista y vio en aquel momento que Pansy volvía a hacer la pantomima.

—Esa mocosa —dijo sin alterarse—. No estaba de valiente ayer, cuando salimos a ayudar con los de primero vino corriendo a nosotros una vez el dementor se acercó, ¿verdad Fred?

—Casi se moja encima —dijo mirando con desprecio a la chica.

—Yo tampoco estaba muy contento —respondió George, pensativo —. Los dementores son horribles...

—Se le hiela la sangre a cualquiera, ¿verdad? —dijo Fred.

—Pero no se desmayan, ¿a qué no? —dije, mostrando mi dedo medio a Pansy, quien sonrió burlona.

—No le des más vueltas, Harry —dijo George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso... Los dementores absorben la alegría del lugar, la mayoría de los presos se vuelven locos ahí.

***

Sally se quejó.

—El aula de adivinación está en el último piso de la torre norte.

—Yo voy contigo, después de eso me toca runas... —le dije.

—Llegué —dijo Ron, tras él iban Hermione y Draco.

—Jamás he estado en la torre norte —murmuré.

—Creí que explorabas el castillo cuando no estabas en la sala común —dijo Sally.

—No, nunca lo hice del todo —me encogí de hombros.

—Me parece que es por aquí —dijo Hermione, echando un vistazo al corredor desierto de la derecha.

—Imposible —dijo Ron—. Eso es el sur. Mira: por la ventana puedes ver una parte del lago...

Miré un cuadro mientras los demás se seguían debatiendo por qué lugar ir. Acababa de entrar al cuadro un caballo tordo y pacía despreocupado. Un momento después, haciendo un ruido metálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con armadura, persiguiendo al caballo.

A juzgar por sus rodilleras, acababa de caerse del caballo.

—¡Pardiez! —gritó, viéndonos—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios? ¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, bellacos!

El pequeño caballero sacó la espada de la vaina y la blandió con violencia, saltando furiosamente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en la hierba.

—¿Se encuentra usted bien? —le pregunté, acercándome.

—¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás, malandrín!

Campeón [finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora