𝗢𝟴

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El silbato sonó y los chicos dejaron de correr, la pelota quedó en manos de German y este más que enojado, lanzó el balón, para luego avanzar hacia las duchas, tal y como el entrenador estaba ordenando

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El silbato sonó y los chicos dejaron de correr, la pelota quedó en manos de German y este más que enojado, lanzó el balón, para luego avanzar hacia las duchas, tal y como el entrenador estaba ordenando.

Fui testigo de cómo todos se reunían con sus más allegados y entre risas se dirigían al vestidor. Pensé que alguno se me acercaría para hablar sobre nuestro fin de semana, tal y como sucedía en mi antigua escuela, sin embargo y a pesar del tamaño, que me hacía más notable que cualquiera en nuestro grupo, nadie se me acercó o siquiera dirigió la mirada durante el partido o al comienzo de este y al parecer sería lo mismo al final. Traté de no darle mucha importancia al asunto y tomé mi maleta, propia de un deportista o en este caso, adecuada para los entrenamientos de baloncesto, y seguí de cerca a los chicos, sin importarme que entre ellos se encontrara Auron.

Me adentré a la ducha una vez que me despojé de mi camiseta y también del short, quedando así en ropa interior. Los chicos seguían ignorándome y hasta cierto punto entendía el porqué.

Auron no era tan sutil al hablar, tampoco es como si los chicos no hablaran con gritos al estar dentro del vestidor o en cualquier otro lugar, sin embargo, en esta ocasión parecía que mi supuesto amigo quería gritar todo lo que pensaba sobre mí o sobre Rubén.

—¿Es cierto que quieres tirarte al hermano de Auron? —susurró uno de los chicos cuando salí de la ducha. Miré a Auron, quién ya tenía puesto sus pantalones, y negué de inmediato. Esto estaba yendo demasiado lejos.

No le contesté a nadie, por más que algunos de ellos comenzaron a reírse del tamaño de Rubén. Salí lo más rápido posible de los vestidores, no sin antes darle una última mirada a Auron, quién parecía más que alegre con sus estúpidos rumores sobre nosotros.

El camino a casa fue acompañado por una música suave, algo relajante para estos momentos y la cual ocasionó que en más de una ocasión mi cabeza golpeara la ventana del autobús, por tal razón me vi en la obligación de quitarme los audífonos hasta llegar a mi paradero.

Bajé con rapidez al notar que ya era muy tarde y que posiblemente mi familia estaría cenando y tal vez hubiera seguido corriendo, tal y como lo venía haciendo desde que baje del autobús, sino fuera por ese característico tono que les había colocado a los mensajes y llamadas de Rubén. El día sábado no solo intercambiamos pensamientos o momentos agradables, sino también números telefónicos, por lo que ahora nos encontrábamos más comunicados y un poco más unidos a diferencia de la primera vez que lo vi.

𝐏𝐄𝐐𝐔𝐄Ñ𝐎 ; Rubegetta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora