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En estos momentos, la casa de Rubén se veía tan tenebrosa, a tal punto  de que parecía de aquellas casas embrujadas en las películas de terror

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En estos momentos, la casa de Rubén se veía tan tenebrosa, a tal punto  de que parecía de aquellas casas embrujadas en las películas de terror.

Rubén sostenía mi mano y llamando mi atención, me sonrió.

—Nada malo va a suceder. Sé tomar mis propias decisiones y lo que hicimos no es algo malo. —le sonreír por igual al escuchar las muy cortas, pero significativas palabras de mi novio.

Rubén había despertado pocos minutos después que su padre llamó y tras darse una ducha, se dio cuenta de su teléfono apagado y también de las llamadas perdidas que tenía de su padre, claro, después que encendió el aparato. Él insistió en que deberíamos regresar y digo insistió, porque si hubiera estado en mis manos, yo jamás regresaría a su casa.

Traté de hacer el viaje en el auto lo más lento posible y no solo por el temor a ser golpeado por el señor Doblas, sino también porque estaba seguro de que después de hoy, jamás volvería a ver a Rubén.

Cuando la mano de Rubén haló de la mía, me quedé perplejo. Tenía demasiado miedo. Mi novio se detuvo de inmediato y regresó a mi lado.

—Samuel, él no va a hacerte daño. Yo lo quería tanto como tú y no avisaste de mí. —quise confiar, en verdad quise hacerlo, pero siempre que me entraba algo de valentía al cuerpo, el temor se agrandaba y ya no podía hacer nada—. Si quieres, yo puedo entrar y luego hablamos por la tarde. —su tono de voz sonó algo apagado y entonces me sentí un completo cobarde. No podía dejar que mi osito afrontara esto solo. Ambos somos responsables, además de ser novios y no permitiría que el castigo solo sea lanzado hacia él.

— Entremos. —digo con decisión, siendo yo, esta vez, el que jala a Rubén de la mano.

No dudé ningún segundo en tocar la puerta, sin embargo, al escuchar los pasos apresurados provenientes de adentro, no me sentí tan seguro como hace segundos atrás.

—Yo tenía las llav... — Rubén no terminó de hablar para cuando su padre ha se erguía delante de nosotros.

— ¡Eres un imbécil! ¡Un pedófilo! —los insultos que salían de los labios del señor Doblas me asombraban, pues uno era más hiriente que el otro y aunque pensé muchas veces que el padre de mi novio sería muy dulce, ahora mismo me retracto—. ¡Te aprovechaste de mi hijo! —gritó, lleno de ira.

𝐏𝐄𝐐𝐔𝐄Ñ𝐎 ; Rubegetta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora