Capítulo 41

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El coche derrapó en la arena.

—Hemos llegado —Anastasia se bajó del coche. Ross la repasó con la mirada.

—¿Ya te cuida bien, Christian? —Bromeó ella. —Si no, ya sabes ... aquí tienes a alguien ...

—Ross —Anastasia hizo un gesto con las manos, queriendo decir 'basta'. Pero aún así, ella sonrió. —No me va la tortilla ... lo siento, soy más heterosexual que Christian —ladeó la cabeza.

—Que pena, te lo hubieras pasado bien conmigo —le guiñó un ojo.

—No lo dudo —Anastasia rió. —Pero encontrarás a alguien que te guste más, de veras.

—Oh, eso espero. Pero eso no quita el que seas preciosa —Ross alzó la mirada. —Si tardas más de diez minutos, entro —Anastasia asintió. Miró en la dirección de la casa. Era una mansión enorme, hasta daba algo de miedo. —Anastasia —la llamó a Ross.

-¿Qué? —A los pocos segundos Anastasia sintió los labios de Ross sobre los suyos.

—Era ahora, o nunca. No le digas a Christian, preciosa, me matará ... ahora corre, Anastasia, corre —ella no se lo pensó dos veces.

Anastasia se jodió la espalda. Y tanto. Pero la puerta cayó al suelo. Unos brazos la recibieron.

—Pero mira a quien tenemos aquí ofrece él, con su típico acento.

—Jack, suéltame.

—¿Si no qué?

—Si no ... —Anastasia agarró impulso y le dio una buen codazo. Hyde se retorció en el piso.

—Pu ... ta —ella se cruzó de brazos. Miró a su alrededor. La mansión por dentro parecía de prestigio, de alta sociedad. Una enorme luz de araña colgaba del techo, daba impresión. Ella aprovechó la distracción de Jack para agarrar su pistola.

—¿Dónde está Phoebe?.—Grita apuntándolo.

—¿Phoebe? ¿Qué Phoebe? —sonrió Jack, acercándose a ella, peligrosamente.

—¡Mi hija!

—¿Tu hija? ¿Te refieres a una niñita...? —hizo un ademán con las manos. —más o menos, de esta altura... unos ojos grandes, azules, de una melena castaña y larga... con unos labios realmente hermosos, y debo decir que son tan cálidos y suaves como los de su madre... —Anastasia sintió la furia recorrer su cuerpo, el hijo de puta besó a su niña. —¿En qué me quedé? ¡Ah sí! Y... que quizás llevaba un peto azul y blusa blanca...

—Esa misma.

—Pues, resulta, mi querida Anastasia... que a estas alturas debe ser presa de las amenazas del bosque... —sonrió cínicamente. —Porque no es a ella lo que yo quería, si no a ti.

—¡¿Dónde está?! —chilló Anastasia. La mano le temblaba y las lágrimas corrían por su rostro. —¡Hijo de puta! ¿¡Dónde la dejaste!?

—Ya te lo he dicho —él volvió a sonreír. Alzó la mano para acariciar uno de los mechones de Anastasia. Ella seguía con la mirada fija en la suya. En esos ojos azules oscuros, llenos de malicia. —Herida, desprotegida, pobre... en medio de un bosque. Pero eso no importa ahora. Porque tú estás aquí. Te tengo donde quería —chasqueo los dedos. Las luces se apagaron. Después... nada.

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