Capítulo 37

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—Más abajo... —musitó.

—¿Dónde?

—El coño... Dios, Christian, ¡hazlo ya! Quiero sentirte, quiero sentir tu boca, tu lengua, quiero sentir cada respiración tuya ahí abajo... —se arqueó, en un envite deliciosamente tentador.

—Nena... —Christian se quedó sin aliento tras escuchar cada y una de las palabras de Anastasia. —Te adoro... —terminó por decir eso. Se acercó de nuevo a los bajos de Anastasia y abrió sus piernas. —Santo Dios... estás mojadísima... —Christian pasó el dedo índice por toda la humedad de ella. —Me gusta, me gusta... —musitó él. Su mirada se oscureció. La típica nube de lujuria, apareció a su alrededor. Estaba más excitado que nunca. Aquella semana de abstinencia le había ido de maravilla. —¿Lo hueles? —le dijo a Anastasia, inclinándose hacia adelante.

—¿Mm? —Anastasia se inclinó, apoyándose en los antebrazos para verlo mejor.

—La habitación está impregnada de nuestro olor... —suspiró él, mandando aire frío a la humedad de ella. Sopló, haciendo que Anastasia tuviera un escalofrío. —Quiero oírte gritar como nunca —agarró los muslos de Anastasia y los colocó encima de sus hombros. Hundió su cara en el sexo mojado de ella con la boca abierta, Christian paseó su lengua por la toda hendidura de Anastasia. Ella gimió con ganas. Tantos días sin sentirlo... había parecido una eternidad. La lengua de Christian era insuperable. Sintió como succionaba su clítoris, con fuerza, como un animal, muerto de hambre, intentando saciar sus ganas de sexo.
Pero eso no había hecho más que empezar. Anastasia se arqueó. Automáticamente agarró a Christian del pelo y lo apretó más contra ella. Él sintió pequeños tirones qué, más que dolor, solo hacían que enviar ondas de excitación hasta su entrepierna.

—Ohh... —jadeo ella al sentir como dos de los dedos gruesos de Christian se hundían en su interior. —¡Mierda! ¡Sí! —Christian se retiró un poco. Lamió de arriba a abajo. Ella se arqueó. —Me corro, me corro... ¡Dios! —su respiración se agitó.

—Oh, no, nena... —dijo Christian, jadeante. Se relamio. Él se separó. —No vas a correrte aún, porque este orgasmo nuestro va a ser el mejor hasta el momento.

—¿Mejor que los anteriores? —dijo Anastasia reposando encima de la cama. —No creo que eso sea posible.

—Voy a hacerte perder la conciencia —Christian la agarró de las piernas y la colocó entre sus muslos. Apoyando su hinchado glande en la entrada de Anastasia. Ella se apartó enseguida. —¿Nena? Ahora mismo no estoy para juegos. Ven aquí.

—No... —Anastasia gateó hasta él. Le agarró la enorme erección. —Ahora me toca a mí —Christian echó la cabeza hacia atrás.

—¿Puedes ser más perfecta? —suspiró. Anastasia lo miró.

—Nene, vaya erección... —dijo plantando varios besos a lo largo. —Nunca la había visto... tan...

—Yo tampoco... así que aprovecha... —Christian rió, con dificultades para respirar.

—¿Que aproveche? Si con la mitad de esto me basta y me sobra para disfrutar como una bendita loca... —Christian iba a reprochar  sintió como Anastasia succionaba su necesitado amigo. Se lo llevó la boca y apretó, apretó... encerrándolo allí dentro, como si quisiera quedarsela, como si quisiera que Christian se corriera en esos momentos.  Y eso era lo que iba a pasar si no se retiraba ya. Anastasia lo lamió de abajo a arriba y se centró en la punta. Christian la miraba. Ella siempre daba unos grandes espectáculos.

—Ah nena... ah sí... —Christian le acarició la barbilla, mientras que Anastasia intentó engullir lo más que pudo la gran erección de Christian. Él abrió los ojos al sentir como su glande rozaba la campanilla de Anastasia. Se apartó.

—¿Quieres ahogarte o qué? —ella rió.

—Ven aquí, déjame intentarlo...

—No, ya basta... mira cómo la tienes... —dijo señalando su rígido amigo, Parecía una barra de acero. —Déjame a mí...meterme en ese cuerpecito tuyo... —Anastasia volvió a tumbarse boca arriba. —Eso es... —Christian se colocó de rodillas en el pie de la cama y agarró los muslos a Anastasia. Se frotó contra ella. —De nuevo dime qué es lo que quieres —le pidió Christian. Anastasia se mordió el labio inferior.

—Fóllame, fuerte, duro... —le pidió ella. Christian sonrió. La embistió de una sola vez. Anastasia pensó que se iba a partir en dos. Gritó de placer ante la presión que le dio Christian. Él se quedó quieto por unos momentos, jadeando, sintiendo como el interior de su, ahora ya sí, esposa, lo apretaba y aflojaba en dulces contracciones... que sólo ella sabia hacer, así, a su manera y así, como a él le gustaba.

—Esto... —dijo Christian balbuceando. —Esto va a matarme...

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