Capítulo 22

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Las once y treinta y ocho de la noche. Ahora  treinta y nueve. Los ojos de Anastasia volvían a estar inundados en lágrimas. Christian no había vuelto. No le había dado la gana de volver. Había acostado ya a Phoebe. Le había dicho que su padre estaba fuera durante todo el día por culpa del trabajo, y que por eso no había ni almorzado ni cenado con ellas. Anastasia quería que volviera. Quería pedirle perdón, hablar, como personas. Ella se había equivocado, pero él, también. No, no quería que volviera. Necesitaba que volviera. Sentir su presencia cerca. A veces molesto, a veces agradable, quizás gracioso. Otras picante, otras romántico. Tanto era. Lo necesitaba a él, a su carácter único que complementaba con el suyo. Terminó de poner la ropa de color dentro de la lavadora. Unas pequeñas gotitas se dibujaron en el gradado gris del aparato. Anastasia sorbo su nariz y apretó los ojos con fuerza. Igual que los labios. Odiaba llorar. Odiaba sentirse mal. Pero eso la hacía humana. Alguien la rodeó por detrás. Se llevó el susto del siglo, pero agradeció a Dios ese abrazo. Dejó caer la última prenda en la lavadora y cerró la tapa.

- Eh... - murmuró él.

- Eh - dijo ella, girándose y apoyando su trasero y la mitad de la zona lumbar en la lavadora. Mientras esta se encendía y dejaba que un suave ruido inundara el silencio de fondo. Christian le levantó la cara, agarrándola del mentón. Los ojos de ella estaban rojos, acuosos. Y no le gustaba para nada verla así. Retiró unos mechones de pelo, se los colocó detrás de la oreja. Estaba guapísima así, sin arreglar, con algún enredo en el pelo y sin maquillar. Y con unos simples shorts de pijama y la blusa de Betty Boop.

- ¿Por qué lloras? - le susurró él.

- Porque el hombre al que amo está enfadado conmigo. Porque el hombre al que amo me ha dicho que no se va a casar conmigo por ser una estúpida desconfiada. - le contestó Anastasia, en voz baja, de una forma ahogada. Las palabras se le atascaban, dolían al salir. Parecía que tuviera un nudo en la garganta.

- ¿Ah sí? ¿Y quién es ese hombre? - preguntó Christian apoyando su frente con la de ella.

- Tú, idiota - Anastasia volvió a romper en llanto. Lo abrazó. Christian suspiró y la apretó contra él. Apoyó su cabeza con la de Anastasia y se la besó.

- Yo no soy. Yo no soy, porque yo no estoy enfadado contigo. Y porque estaría loco si no me quisiera casar contigo - la agarró de las mejillas y acarició sus labios con los suyos. - Bonita, eres lo que más amo sobre este mundo. Si no discutiéramos, no seriamos una pareja. No somos perfectos, cometemos errores, olvidemos lo de esta mañana. Te amo, te amo infinito - se inclinó un poco más y terminó juntando su boca con la de ella. La movió, devorándola. Sentía tantas ansias de amarla que no pudo controlar su instinto voraz. El cuerpo de Anastasia volvió a apoyarse de manera brusca contra la lavadora. Christian rodeó su espalda con un brazo y el cuerpo de ella se juntó automáticamente contra el de él. Él se separó un poco. - te amo Steele -susurró apartando más mechones de pelo. Ella sonrió aún con la cara húmeda.

- Pero ésta mañana te dejé en ridículo...lo siento - dijo ella, apoyando su cabeza en el hombro de él.

- Lo que haya visto, oído, o pensado la gente de la agencia me importa una mierda - la miró, sonriendo, y le acarició una mejilla.

- Chris - ella suspiró. Le entraban ganas de llorar de nuevo. Hoy había sido uno de los peores días. - Lo siento...

- No. No lo sientas más - la levantó y la sentó en la lavadora. Sus grandes manos se posaron en la curvatura de su cintura y le besó el cuello, la cara, los labios, los párpados, el torso. Anastasia reía. Su lengua le hacia cosquillas, y sus labios, la hacían sentir mejor, mucho mejor. Le gustaba tenerlo allí, jugar con él. Hacer el amor con él. Christian se puso de cuclillas. Se aclaró la garganta y apoyó una rodilla al suelo. Alzó las manos para tomar las de su prometida. - Anastasia Steele - dijo serio y poniendo un tono de voz más grave. - ¿Aceptas a este estúpido como esposo, y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así, amarle y respetarle, todos los días de tu vida? - Anastasia se tapó la boca con una mano. Los ojos se le volvieron a iluminar. Esta vez de felicidad.

- Sí, si quiero - tiró de él para que se levantase y rodeó su cuello con un brazo, acercando su boca a la oreja de él. - Yo, Anastasia Steele, te quiero a ti, Christian Grey, como esposo y me entrego a ti y te prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida - ambos rieron. Anastasia deslizó su boca hasta la de Christian. Y volvieron a besarse. Él frotó la espalda de ella, levantando poco a poco el jersey. Christian se retiró un poco. Anastasia lo ayudó  levantando los brazos. Él lo deslizó por estos, por su cabeza. Entonces algo llamó su atención. Un trozo de papel, el cual tenía una capa de papel celofán, cubría la zona de la ingle, tirando hacia abajo, por el muslo. Christian desabrochó el short de Anastasia, curioso.

- ¿Qué es esto? ¿Te has echo daño? - preguntó.

- No - sonrió ella, ladeando la cabeza y acomodándose para que Christian le pudiera quitar bien los shorts. Él no tardó en dejarlos al lado, en donde, pocos segundos antes, había dejado el jersey. Apartó la tira de la braga.

- No me jodas... - dijo asombrado. - ¿Es lo que pienso que es? - dijo mirándola, antes de apartar el papel, de un tamaño considerable.

- Compruébalo tú mismo - Anastasia posó una mano encima de la de Christian, que sujetaba la punta del trozo de papel. Y tiró de ella, quitando aquello que cubría su piel. Ella siseo, aún le dolía mucho. Christian abrió la boca.

- Reina santa... ¿Qué has hecho? - una sonrisa se dibujó en su rostro. No dejaba de ver el tatuaje que, adornaba la hermosa piel de su prometida, dejaba señalado una P y C.

- ¿Te gusta?

- Me encanta - Christian se inclinó y se lo besó. La veía capaz de
muchas cosas ¿pero ella? Ella hacia esas cosas...cosas como esa, que nunca, nunca, jamás habían hecho por él. Ahora, alguien lo llevaba grabado en su piel. P y C. Phoebe y Christian, una roja como la sangre, otra azul, como el cielo. Y aquel "alguien" que lo llevaba grabado en su piel, no era un simple alguien. Era su mujer. Suya, suya, suya. Y de nadie más. Suya, por y para siempre.

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