Capitulo dieciocho

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Dos días después...

-Ya tienes tu dinero, deja ir a Abigahil.-Natasha me miró desde su escritorio seria.

En estos dos días había estado con varios hombres al igual que con Azael, pero él no sabía que trabajaba para los demás que pedían mi servicio.

-Haz hecho bien tu trabajo, al igual que Abigahil-Natasha giró en su silla y miró la caja fuerte-Mucho para ser verdad-susurró.

-¿Entonces? -Dije esperando su respuesta.

-No puedo dejarla ir.

-Ese no es el trato, Natasha.

-Nunca dije que así sería, solo que pensaría.

-Te di mucho dinero para su libertad.

Natasha volvió a mirarme y se levantó de su silla.

-Así, dinero que me hará bien-La rubia toco mi cabello cuando pasó a mis espaldas-Pero ustedes dos están generando dinero, sería una idiota si la dejo ir.

-¡Eres una maldita perra! -Le dije girándome dándole un empujón.

La rubia cobra su compostura y me abofetea.

-Mucho cuidado con lo dices, aquí yo soy la que mando.

-Me vale tres hectáreas de pepinos, eres una maldita que no cumple con su palabra.

-Ahora verás lo maldita que soy.

Natasha vuelve a su escritorio, levanta el teléfono y nombra a Abraham. Este entra segundos después, me saca de la habitación a rastras y me lleva hasta una habitación oscura.

-¿Dónde estoy? -Le pregunto, pero no escucho respuesta solo el seguro de la puerta.

Segundos después unos pasos fuertes captaron mi atención, la puerta se abrió y el lugar tomó un olor a orina.

-¿Dónde estás, pequeña perra?

Una voz ronca llegó hasta mis oídos, retrocedí unos pasos a ciegas hasta que choqué con la pared. Al parecer la habitación es más pequeña de lo que pensé. Una luz morada alumbró el rincón en donde me estaban, los pasos seguían acercándose. Cuando pude ver su brazo gordo sentí un empujón, caí de pies al suelo para después sentí un jalón de pelo.

-Quédate quieta.

Su aliento olía a cigarro y alcohol. Otra luz se encendió y pude ver más la habitación, no había nada además de cajas viejas y dañadas. El hombre hizo que me levantara del piso e hizo que lo mirara. La cara del hombre se veía sucia, sus pupilas están dilatadas, sus labios secos, su cabello esta totalmente desordenada, su camisa naranja no tiene dos botones.

-Que bonita-su mano apretó mis mejillas haciendo que mis labios sobresalieran, me solté de un movimiento y corrí hasta la puerta pero esta no cedía- No hay salida.

-No pienso acostarme contigo, apestas.

El hombre me miró y sonrió, caminó hasta mi, cogió mi brazo y me llevo hasta la mitad de la habitación donde otra luz se encendió y pude verlo mejor. El hombre besó mi boca y después me golpeó haciendo que todo se vuelva negro.

Cuando desperté me encontré en una colchoneta, la habitación la alumbraba una vela que estaba apunto de acabarse. La cara me dolía por el golpe, pasé la yema de mis dedos por mi mejilla derecha con cuidado. Las horas siguieron pasando y cuando la puerta se abrió y un hombre alto pelirrojo entró, me preguntaba donde estaba Abraham, pues él siempre es el que viene por mí.

-Camina, te llevaré a tu habitación.

Hice caso y salí con él pisándome los talones, el pelirrojo me decía por donde debería seguir, subimos las dos escaleras, caminamos hasta el final del pasillo y doblamos a la derecha, ahí se encontraban unas puestas de color negro, caminamos hasta la última y antes de entrar en la habitación un grito hizo en me detuviera en seco.

SálvameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora