Sálvame

Extra.

Shopia Williams.
(Madre de Aedus)

Hace muchos años atrás.

La noche había pasado rápido y mis padres aún no llegaban, la casa en la que vivíamos olía a orina y a droga. El sol entraba por un hueco que había en una ventana, el periódico sucio empezaba a caerse, mis padres lo habían puesto diciendo que el sol les molestaba. Cuando la puerta se abrió ambos entraron riendo escandalosamente, en la mano de mi madre había una botella blanca y una bolsa de papel, mi padre cerró la puerta y de sus bolsillos sacó unas jeringas.

–Agh. Por Dios, niña. ¿Cuando aprenderás a levantar tus juguetes?

Miré el piso y a mis supuestos juguetes que constaban de una rama de palo, un carro que encontré en la calle que estaba sin ruedas, un bebé sin un pierna y unas hojas.

–Déjala, linda. Sigamos con la fiesta.

Cuando la noche llegó sentí más hambre, fui hasta la cocina y abrí la nevera pero no había nada, solo latas vacías y mugre. Volví a donde estaban mis padres pero ya dormían o eso creía porque al pasar los días un olor horrible crecía por el lugar y los vecinos murmuraban afuera, unas sirenas se hicieron oír, sabía que era la policía así que salí por la puerta aprovechando el montón de gente que quería mirar y tal como pensé, nadie me notó. Caminé y caminé buscando algún bote de basura donde pudiera encontrar comida y cuando lo hallé, comí feliz. durante la noche busqué un lugar donde dormí, encontré una caja en la cual me guardé hasta el día siguiente.

En la siguiente mañana salí de la caja y empecé a caminar. La gente me miraba pero nada hacia, igual no era asunto de ellos. Extrañaba a mis padres, quería estar con ellos pero sabía que ya no estaban en este mundo, teniendo siete años la vida me había enseñado varias cosas y algunas veces cuando mi mamá estaba en sus cinco sentidos me decía que era alguien inteligente. Cuando por fin vi un restaurante me asomé por el vidrio, había gente con elegante ropa, algunos debían líquidos dorados y otros rojos. Caminé hasta la puerta de atrás y toqué, un señor algo robusto me dio un plato con migajas que comí allí mismo. Esa misma noche algo en mi vida cambió. Entré en un callejón para poder dormir, estaba tan distraída y llorando que no vi al hombre que me seguía, aquel hombre sostuvo mi pequeño cuerpo con fuerza y me despejó de mi vestido rosado, que apesar de estar sucio y descosido, es mi favorito.

–Hoy es mi noche–el hombre rió tan fuerte que me asustó.

No sé cuanto tiempo pasó, pero cuando él se fue, todo me dolía, mi entre pierna dolía y no había nadie quién me ayudara.

Así pasaron los días, mi inocencia se iba con el paso el paso del tiempo y el odio hacia mis padres por haberme dejado sola aumentaba. Mi pecho se había desarrollado al igual que lo demás, en algún momento me habría encantado, pero solo atraía malas miradas y a hombres que acababan con mi dignidad. Nunca quise ir a una casa hogar hasta que un día me llevaron a la fuerza, creí que todo cambiaría pero no era así, lo encargados muchas veces abusaban de las menores y las obligaban a no decir nada, así que un día, escapé.

A mis diecisiete años mi vida había sufrido muchos golpes y una tarde empecé a sentirme mal, vomitaba sin necesidad de comer algo, cualquier olor me molestaba y el cansancio aumentaba.

–Hola... Muñeca...

Cerré los ojos deseando que fuera mentira. Giré mi rostro y vi un hombre borracho a mis espaldas, la vida en la calle era dura y muchas veces deseas dejar de vivir, pero muy adentro de mi corazón y alma algo me decía que mi vida iba a cambiar, pero otra parte de mí, dudaba de todo.

Los días volvieron a pasar y yo vagaba por las calles, nadie se atrevía a darme trabajo, quizás por mis fachas. Vestía un jean azul desgastado, una camisa blanca y unas chanclas en su última etapa de vida. Decidí sentarme a descansar, apoyé mi espalda en la pared y suspiré.