Capítulo treinta.

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Abigahil.

Cuando abrí los ojos agarré el celular que mi prima me prestó para poder estar comunicada, apenas serían las diez de la mañana y yo seguía en cama, mi turno no inicia hasta después de las doce del día. Me levanto de la cama y camino hasta el baño para poder cepillarme los dientes, también me doy una ducha rápida y me visto. Pensaba en ir a dar un vuelta por el barrio mientras era la hora de irme, el restaurante de mi prima solo queda a quince minutos de aquí, así que aún tenía tiempo de sobra. Me puse unos jeans azul oscuro, un saco de color piel, unas botas y un abrigo. Gracias a un préstamo de mi prima Katherine pude comprar algo de ropa para mí diario.

Al salir me dirigí hasta una cafetería cercana, hice una orden de un café y algunas bolitas de pan rellenas de arequipe y con mi orden en mano, salí a caminar, me gusta poder sentir el sol chocar con mi piel, sentir como el aire alborota mi cabello lleno de rulos y sentir como el frío eriza mi piel. Cada una de esas sensaciones eran las que me habían falta para sentirme totalmente viva. Cuando llegué a un parque decidí sentarme en una banca bajo un árbol, desde aquí pude ver como algunas personas pasaban con su parejas, familias o alguna mascota.

–Buen día–una voz masculina captó mi atención–¿Puedo tomar asiento?

Un joven de casi mi edad se sentó junto a mi cuando asentí a su petición. La banca es espaciosa así que cabemos perfectamente. El aire corrió con fuerza haciendo que la colonia del chico inunde mis fosas nasales, por el rabillo pude ver que de su morral sacó un libro. Él pareció sentir que lo observaba así que me miró.

–Me gusta leer, ¿Y a ti?

–T-También, aunque hace mucho no leo.

–¿Por qué no?–en sus ojos pude notar la confusión.

Me acomodé mejor en la banca mirándolo más, sus ojos son grandes, de color cafés y muy lindos, al igual que sus labios. Su cabello es de color negro con rayos azules y unos lindos lentes grises adornan su rostro.

–Es una larga historia.

El chico miró su reloj y después a mí.

–Tengo tiempo. Por cierto, soy Marcos.

–Abigahil, un gusto.

El tiempo se me pasó volando hablando con Marcos y claro que no le conté el porque no leía hasta el momento, pero hablar de cosas sin sentido hizo que me agrade y cuando vi la hora en el móvil quise maldecir porque el tiempo había pasado muy rápido.

–Debo irme a trabajar, pero me agradó haber hablado contigo.

–Que mal–asentí–¿Te molestaría si pido tu número?

No me detuve a pensarlo y acepté de una vez. No porque fuera lanzada o algo así, solo me interesa hacer amigos, tener una vida normal.

–Llámame–le dije mientras me despido.

–Tenlo por seguro.

Cuando tomé puesto en el trabajo me dispuse a atender las mesas. El trabajo es simple y aveces sencillo si no viene casi gente, pero el restaurante a tomado reconocimiento por lo que suele estar lleno casi siempre.

–Buenas tardes, ¿Qué desea ordenar?

Una pareja de ancianos miran el menú mientras yo espero por su orden.

–¿Qué tan bueno es el arroz con pollo?–la señora pregunta.

–Muy bueno, señora. Se lo recomiendo.

Ella asintió.

–Quiero uno, por favor junto con una limonada bien fría.

–Si señora.

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