Capítulo treinta y dos.

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Aedus.

Pronto será navidad y mi madre está más que feliz por esto, hace un rato me llamó para que fuera a casa con Lía y su hermana para armar la navidad, como es la tradición en familia. Desde que tengo memoria mi madre siempre nos ha hecho reunir para que todos ayudemos en la decoración de la casa y al terminar, disfrutemos de un buen chocolate con galletas rellenas.

–¿Están listas, chicas?

Elevo un poco la voz para que las dos mujeres que viven conmigo me logren oír pero al no escuchar repuesta decido subir a buscarlas, toco la puerta de Madison pero no hay respuesta, la abro un poco y no la veo así que me dirijo hasta el cuarto de Lía, allí toco y cuando escucho su voz, entro.

–No puedo, está atorado–Madison saca su pequeña lengua mientras intenta subir el cierre del vestido de Lía.

–¿Necesitas ayuda?–pregunto.

Sus ojos cafés me miran a través del espejo de cuerpo completo y asiente.

–Creo que se dañó, quizás deba cambiarme.

Me explica mientras me acerco a ella. Lía lleva un lindo vestido color azul oscuro manga larga. Cuando llego a ella trato de subirle el cierre pero con la fuerza que ejerzo hace que el vestido se rompa.

–¿Ya?–pregunta.

–Eh, no–doy un paso atrás–Lo rompí.

Madison estalla en risas y Lía se trata de mirar el vestido en el espejo.

–Es nuevo, Aedus.

–Lo siento, te lo pagaré.

–Iré a cambiarme–la castaña mira a la pequeña rubia–Mad, ve a traer tu bufanda, en unos minutos nos vamos.

La pequeña sale de la habitación mientras yo me quedo de pie viendo a Lía, su espalda está frente a mí ojos, pero hay algo en ella que capta mi atención, un luna apenas visible descansa un poco más abajo de donde se aseguran el sostén la mujeres y algo que también llama mi atención es el estilo que usa, un sostén negro de encaje.

–¿Qué tanto me miras?–pregunta mientras saca ropa de su clóset.

–Nada–respondo inocentemente–Te espero abajo.

Cuando estoy por dirigirme a la puerta su voz me detiene.

–Puedes quedarte aquí, yo iré al baño.

–¿Estás segura? No quiero incomodarte.

–Tranquilo, espérame no demoro.

La vi entrar al baño y perderse cuando la puerta quedó cerrada, segundos después Madison entró tratando de anudarse la bufanda.

–No puedo, ¿Me ayudas porfis?

–Claro, ven.

Madison me largó su bufanda morada y se la puse alrededor de su pequeño cuello, para después hacerle un nudo sin apretar.

–Gracias–me dijo y después con su manita me hizo una señal para que me acerqué más a ella y cuando lo hice me dio un tierno beso en la mejilla–Aedus, ¿Puedo preguntar algo?

–Lo que quieras, pequeña.

–¿Tú quieres a mi hermana?

Los ojos de Madison destellan curiosidad.

–Sí, ¿Por qué?

Pero no me responde, solo alza sus hombros y mira a otro lado, la miro un segundo más y cuando escucho un golpe en el baño, me levanto del piso y antes de que pueda abrir la puerta del baño, esta se abre.

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