Capítulo treinta y cinco.

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Al llegar a casa subimos tan rápido como nuestras piernas nos dejaron, en el cuarto las luces fueron bajadas quedando mi muy oscuro, ni muy claro.

–Eres tan hermosa, nena.

Aedus captura mis labios y los aprisiona en un beso lleno de deseo. Sus labios chupaban los míos descargando miles de sensaciones en mí. Nuestras prendas desaparecieron en menos de un segundo y tirada en la cama recuerdo el regalo.

–Espera.

Mi voz suena agitada.

–No pidas eso, nena.

Suelto una pequeña risita al notar su voz ronca.

–Necesito que veas tú regalo.

Me separo de su caliente cuerpo, salgo de la habitación y cuando tengo el regalo en manos vuelvo con él. Le doy la caja roja con un listón plateado, él lo mira un segundo, después a mí y vuelve a la caja para abrirla. Los ojos de Aedus se agrandan ver lo que hay dentro.

–¿Esposas?–asiento–¿Estás pidiéndome que te dé duro mientras estás esposada?

Vuelvo a reír.

–Puede ser, pero esta noche no. Mira abajo de eso.

Su mirada grisácea pero oscura por el deseos recorre mi cuerpo. Aedus levanta el papel que hay debajo del objeto y saca un antifaz que no deja ver nada a la persona que lo use.

–Me vas a volver loco, Lía.

Sus ojos brillan cuando saca lo que falta. Deja todo a un lado de la cama, toma mi mano acercándome a él.

–¿Te gusta?

–Mucho.

Continuamos con nuestra guerra de besos volviendo a encender nuestros cuerpos. Su boca baja a mis pechos robándome un suspiro cargado de excitación y cuando su dedo acaricia mi entrada siento enloquecer.

–Oh, Aedus.

Su boca y dedos hacen maravillas en mí. Me tengo que agarrar de su cabello y hombros para no caer, mis piernas flaquean al sentir el órganos tan cerca y cuando lo alcanzo él deja un beso en mi monte Venus para después volver a mis labios.

–Estoy tan loco por ti, nena. Me encantas.

Le doy un beso rápido y antes de que pueda rechistar, lo callo poniéndole un dedo en su boca.

–Acuéstate.

Su boca captura mi dedo chupandolo. Sus ojos destallan deseo, ganas y mucho amor hacia mi. Cuando su espalda está contra la sábana negra, me tumbo a horcajadas de él. Me inclino hacia delante dejando que mis pechos queden en su lindo rostro y mientras dejo que los vuelva a chupar le pongo las esposas en sus muñecas y en un orificio que tiene como decoración el respaldar de la cama.

–Ahora no podrás ver nada–susurro cerca de su oreja.

–Deberías ser tu la que esté en mi puesto, pequeña.

Hago un sonido negando a sus palabras.

–Esta noche–digo rozando sus labios con los mios–Seré yo la que tome el control.

Le pongo el antifaz y dándole un último beso agarro uno de los aceites con sabores y lo aplico sobre su pene duro.

–Nena...

–Shhh.

Con su pene palpitante entre mis manos lo empiezo a chupar, paso mi lengua por su glande y vuelvo a chupar. Aedus suelta un gemido y trata de mover las manos, pero al poder se deja llevar por las sensaciones.

SálvameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora