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Oh, está necesidad de recrearme en la dulzura de su alma, en la dulzura de este sentimiento que es cálido y es suave y es dulce y parece ser eterno. De acariciar el vínculo que nos une, de vivir este dolor que arde, de este padecer de amores que me arrebata siempre,

Para la ira, para el deleite, para la risa, la alegría y el llanto.

La calidez de mis lágrimas cuando la lloro.

Sí me fuera lícito, si no me hubiera sido ya prohibido se me iría la vida en abrazarla, en aferrarme a su cintura hasta que me muera de algo. Ella derramaría sus lágrimas en mí hasta parar, las secaría en mí hasta hasta convertir mi pecho en el mar muerto y se quedaría dormida apoyando su cabeza en la fragilidad blanda de mis senos, escuchando el paso del tiempo en el reloj de mis latidos nocturnos.

Hay un manto de calidez que me arropa el cuerpo, que me ilusiona con manteneme segura, la luz de la luna azul que se animó por fin a mirarme por la ventana asombrandose de como tu dolor es nuestro, de cómo tu dolor es íntimamente mío.

De la ilusión de que todo me pertenece, aunque en realidad nada sea mío.

Está compresión del pecho nunca fue mía, siempre fue tuya, pero los males de amores los padecemos juntas y bebemos de la misma fuente de las lagrimas.

Todos nadamos sumergidos en el mismo mar aunque no nos demos cuenta.

ScriptoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora