25. Otra visita de una amiga. Ya déjenme de visitar o moriré.

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Si tuviera mi martillo podría volar, podría girarlo en mi mano y lanzarme hacia la salida sin que el pánico llegue a llenar mi pecho. Con mi martillo era valiente, era salvaje pero también me hacia fuerte y audaz. Pero sobre todo, con mi martillo estaba segura de que no moriría.

Mientras caía no tuve otra idea que gritar con todas mis fuerzas.

La brecha que se abrió era tan ancha para que todo mi cuerpo quepa sin darme la posibilidad de sujetarme de algo y en el fondo, frente a mi, la espesa oscuridad parecía a punto de tragarme completa y sin masticar. La espada en mi mano parecía inútilmente hermosa, brillante, fina e incapaz de salvarme.

—¡Dioses, sálvenme!—chillé casi suplicando cuando todo comenzó a tornarse oscuro. Y como si alguien me hubiera oído un graznido llamo encima de mi cabeza.

Dato curioso, es terriblemente difícil voltearse volando o mejor dicho cayendo. Oí el graznido como si el ave estuviera a pocos metros de mi cabeza ordenándome algo, pero no lograba moverme para obedecer. Mas bien parecía que quería volar con mis propias manos.

—¡Carsten, ayúdame!.—Jamás repetiría esas palabras en mi vida y si alguien mas lo menciona lo electrocutaré, pero sí, lo hice. Grite por su ayuda.

No quería convertirme en una tortilla. Y el ave volvió a graznar, esta vez volando por encima de mi de manera que si movía la cabeza hacia arriba lo veía cayendo en picada.

Volví a gritarle y grazno extendiendo sus garras en mi dirección. Extendí los dedos rozando la bolsa entre sus garras y la mano sujetándola con una mano mientras con la otra me aferraba al animal que cada vez parecía mas insistente por graznar. Las alas se abrieron a cada lado de su cuerpo, pude sentir el aire detenerse y ahogué una mueca antes siquiera de sentir el fuerte tirón en mi hombro, pero me obligue a no soltarme. El dolor de mi herida se hizo cegador, el cabeza pareció a punto de explotarme por la presión y mis dientes crujieron al apretarse. Dolía, el fuego se encendía en el lugar donde la sangre dorada había dejado de salir y casi dejo caer las bolsas con la espada hacia el abismo.

El halcón graznó de nuevo y esta vez comenzó a mover las enormes alas hacía arriba con exageración, dejando en claro que tenia peso extra. A decir verdad, capte segundos después, no estábamos ascendiendo en absoluto sino que nos manteníamos en el lugar. Pero era cuestión de tiempo para que se agote y caigamos, esta vez juntos.

Trague saliva y miré hacia arriba, estábamos demasiado lejos. Veía la salida junto con los esqueletos enormes moviéndose, peleando contra algo. Y luego miré el anillo que Njörd me dio, obviamente sin el instructivo de como usarlo. Bufé, miré abajo, al abismo, arriba, al halcón, y cerré los ojos concentrándome en el anillo e ignorando los siceos de reptil en mi cabeza.

Primero pensé en el dios del mar, sus suplicas, su promesa y luego su consejo. Tenia que confiar ¿Pero, cómo?. Carsten graznó y me obligue a pensar en otra cosa. Max, él me necesitaba y Louisa también. Deseé estar en Midgar con ellos, ayudando, tranquilizándome con el diagnostico de un medico que tenga todas las soluciones, pero en el momento en que mi estomago vibro pensé en Skadi y mi promesa de rescatarla. Lo había olvidado, durante meses había estado tan pendiente de mi vida normal, de mi nueva familia, de la normalidad que tanto anhelaba, que pase por alto que una mujer estaba encerrada por Loki en un lugar perdido. No, estaba en Mulpelheim.

Exhalé de nuevo, sintiendo la creciente corriente de poder en mi cuerpo y deseé ir allí con tanta fuerza que oí otro graznido y la oscuridad nos envolvió de nuevo.

Apreté las manos, no podía abrir los ojos pero si podía oír el llamado de la oscuridad. Conocía esa voz. Se burlaba. Jormundgander.

¡Aléjate!.

El Cuerno del Fin del Mundo [#2] ✔️.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora