LIII. Descubrimientos.

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Mi nariz percibe el exquisito perfume de su piel. Abro mis ojos con lentitud y de alguna manera sigo un poco incrédula ante la situación. 

Alex Turner está dormido a centímetros de mí; anoche no pasó absolutamente nada más. Nos recostamos uno frente al otro y sin darnos cuenta nos quedamos completamente dormidos.

¿Por qué me dijo que me quede, qué pretendía?

Y la pregunta que más me hace reflexionar... ¡¿Por qué me quedé?!

Creo que sé la respuesta pero prefiero no pensar en ello ahora.

Sin moverme observo a mi alrededor, me ha tapado con una manta color azul claro y lo digo con toda seguridad porque sólo recuerdo haberme acostado en la cama y desconectarme del mundo entero casi de inmediato.

Lo miro con atención; su cabello castaño oscuro algo largo y despeinado, la pequeña cicatriz que tiene arriba de su ceja derecha, sus párpados ocultando sus marrones ojos, su recta nariz, el pequeño lunar que tiene bajo el lado izquierdo de sus labios... sus labios, ¡por Dios! Siento tan lejanos los días en los que despertaba entre sus cálidos brazos, sobre su pecho desnudo, con él acariciando mi cabello y escuchando un "Buenos días Mardy Bum" saliendo de su boca con ese característico acento británico, para después darme un tierno beso.

¡¿Pero qué diablos estoy pensando?!

Creo que lo mejor será que me vaya de una vez por todas.

Me levanto de la cama de la manera más sigilosa posible. Turner no parece inmutarse.

No sé si debería despertarlo.

Bueno, después de todo tengo algo de prisa, debo ir a Long Beach ¡y ni siquiera sé qué hora es!

Tomo mi ropa de la mesita de noche, me cambio en el baño y en silencio dejo la camiseta de Alex que usé anoche para dormir ya doblada sobre la cama, en una orilla de la misma.

La miro por unos segundos, es la misma que usó en el concierto al que me invitó hace casi un año.

Con mis zapatos de tacón en mano para evitar hacer ruido y mi bolsa sobre mi hombro doy un último vistazo al lecho donde yace quien un día que parece tan remoto fue mi prometido.

Emana una vibra tan pacífica que extrañamente me llena de calma y paz; unas inexplicables ganas de acurrucarme a su lado y olvidarme del resto del mundo.

Pensaba en irme sin más pero creo que por lo menos me despediré, quizá sea la última vez que lo vea en la ciudad y de cierta forma no quiero que tenga un mal recuerdo de sus últimos días en Los Ángeles.

No es lo que me gustaría pero en un trozo de papel que arranco con todo el cuidado del mundo de una libreta que hay en mi bolso escribo una breve nota de despedida, por supuesto, evitando todo el drama; la dejo sobre la playera negra y camino en silencio hacia la puerta de la alcoba.

Volteo una vez más antes de irme y al atravesar el umbral de la puerta algo me detiene...

Doy la media vuelta, él sigue ahí en la misma posición. Regreso hacia aquel lugar y en un lapso de sentimentalismo sin sentido tomo su camiseta del sitio en donde la había dejado, colocando la nota en la mesita de noche y finalmente, me voy.

Salgo de la casa con una extraña sensación.

Es un poco difícil de explicar pero la describiría como un vacío. No sé qué sentir. 

Alex abandonará la ciudad en estos días, es como si lentamente se desvaneciese de mi vida, cosa que en definitiva no será así porque después de todo aún hay algo que nos une de cierta forma... Arabella. 

Baby, I'm yours.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora