D I E Z

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– Min. – dijo Yoongi cogiendo mi mano obligándome a parar de andar. – Min Yoongi, ese es mi nombre completo.

No supe cómo reaccionar. Me había detenido para contarme algo sobre él, lo cual me hizo sentir mejor. Le miré a la cara y pude notar como me pedía con la mirada que me quedase. Empezó a caminar de nuevo en la misma dirección del principio sin soltar mi mano, tiró de mí para que le siguiese y no puse ninguna pega. Sabía que el simple hecho de demostrarle que era capaz de irme le había enseñado la lección.

– No hace falta que contestes a nada más. – dije intentando hacerle sentir cómodo.

– ¿En serio? – preguntó y automáticamente asentí. – ¿Has estado apunto de romper el trato y me dices ahora esto?

– Solo quería conocerte mejor, no conseguir que me odies. – respondí encogiéndome de hombros.

Yoongi se quedó callado pensando en qué contestar mientras seguíamos con nuestro paseo nocturno. Era ya medianoche, el teléfono volvió a sonar y aquella vez decidí ponerlo en silencio después de rechazar la llamada. Poco después mi acompañante se paró en seco.

– Nací en Daegu, pero vine a Seúl hace cinco años para empezar a estudiar. – quise detenerle, pero no me dejó. – Cuando era pequeño mi abuelo me regaló mi primer piano y me enseñó a tocar. Ahí descubrí que no quería dedicarme a nada que no tuviese que ver con la música. Cuando él murió, mi padre se volvió adicto al juego. Pasaba varios días sin aparecer por casa y cuando lo hacía era para coger más dinero y largarse de nuevo. Con esa adicción aparecieron los problemas con el alcohol y las discusiones con mi madre a altas horas de la noche.

–Yoongi, no hace falta que sigas. – dije en voz baja, sin fuerzas.

– Nunca salí en defensa de mi madre y siempre me culpé por ello. Por suerte nunca nos puso una mano encima, pero a nivel psicológico nos machacó a todos. Según él, jamás llegaría lejos si me dedicaba a lo que quería: la música. Un día llegué a casa y le encontré sacando el piano de mi abuelo a la calle. Cuando le pregunté qué hacía me contestó que necesitaba venderlo, que el dinero le hacía falta. Obviamente le hacía falta para seguir gastándolo en tragaperras.

No quería que siguiese hablando de aquello, le dolía y lo podía ver en sus ojos vidriosos. Aún así cogió aire para seguir contando aquella historia. No había soltado mi mano en ningún momento, y en aquel instante sentí como apretaba con más fuerza. Con la mano que tenía libre le acaricié el brazo, intentando reconfortarlo.

– Le pegué. No lo soportaba más y aquella fue la gota que colmó el vaso. Le ví tan decidido, le daba igual lo que significaba para mí aquel piano. Era de su padre, Lilly, y no le importó ni lo más mínimo. Así que yo me tiré encima de él y lo golpeé tan fuerte como pude, justo en la cara una y otra vez. Unos vecinos nos separaron, y aunque desde aquel momento mi padre solo me miraba con desprecio, yo conseguí proteger mi piano. Después de aquello mis padres se divorciaron.

Yoongi apartó la mirada y volvió a llenar sus pulmones de aire tras aquellas confesiones. Yo, pese a saber con quién estaba tratando, no pude evitar soltar su mano y abrazarlo, intentando hacerle sentir mejor. Aquello era lo último que se esperaba, y por eso tardó en reaccionar, pero finalmente me rodeó con sus brazos correspondiendo el abrazo. Cuando nos separamos volvió a coger mi mano y empezó a caminar antes de volver a hablar.

– Mi madre accedió a pagarme los estudios en Seúl siempre que estudiase algo con futuro. Mis amigos de toda la vida, Jin y Hobi, también iban a estudiar aquí, así que decidí matricularme con Jin en económicas. – le miré sorprendida. – Duré un año en aquel infierno, lo suficiente para ahorrar y pagar yo mismo la matrícula en el conservatorio tras pasar los exámenes de acceso.

Shetland (Min Yoongi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora