Capítulo 10: Primera Parte.

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"De los deseos más profundos, surge a veces el odio más destructivo"  

—Cicerón. 

Thomas Munteanu.   

Las clases del jueves terminaron hace una hora.

Carter, River y yo estábamos frente a la estación principal dónde se encontraba la oficina de Cameron Harrintong. 

Según Paxton debíamos utilizar otro atuendo que no fuese el uniforme del instituto para no ser identificados. 

Le obedecimos, así qué, aquí estabamos vestidos de negro e intentando no acobardarnos. 

Tal cómo planeamos Cameron Harrintong ya estaba en el edificio de la Junta Gubernamental y quedaban cuatro oficiales de turno. 

Carter estaba buscando el auto que íbamos a utilizar de distracción para que él entrara.

—Listo, aquí está — dijo palmeando una pequeña patrulla que se veía ligeramente golpeada — Bueno, me colocaré detrás de la estación así cuándo salgan entraré. 

River y yo asentimos, él se fue sigilosamente a su posición y me giré hacia el pelinegro a mi lado. 

—¿Crees que nos atrapen? — pregunté. 

River se veía más pálido que siempre, se encogió de hombros a mi pregunta.  

—No lo sé, espero que no — dijo — Arruinaríamos el plan enormemente. 

—No lo haremos — dije a pesar de no estar seguro de ello. — Debemos hacer esto bien.

Me froté los brazos, hacía algo de frío ya. 

River dio una palmada en mi espalda y se alejó unos metros entrando a su auto. 

Entré a la patrulla con las llaves que me había dado Carter y la posicioné frente a la pared a un lado de la entrada.

Moví la palanca para que el auto no se moviera y bajé de él, tomé la enorme roca que Carter encontró para nosotros y la coloque en el acelerador, moví la palanca y me lancé hacía atrás para salir del auto. 

La patrulla fue a toda velocidad hacia la pared.

Cuando chocó sonaron varias alarmas, la de la patrulla, la de la estación y la de mi cerebro, diciéndome que esta ha sido la peor idea que pude haber seguido en toda mi vida.

Los cuatro oficiales salieron a ver de inmediato y luego repararon en mí.  

—Jodanse — dije. 

Corrí en dirección al auto de River, él movía su mano indicando que fuera hacia él. 

—¡Es lo qué estoy haciendo! — exclamé. 

Ellos corrieron detrás de mí pidiendo que me detuviera. 

Entré al auto y River arrancó haciendo que mi cuerpo se inclinara hacía adelante, con mucho esfuerzo logré colocar el cinturón de seguridad y eché mi cuerpo hacía atrás para sostenerme del asiento. 

River tomó la ruta de la carretera que estaba en medio del bosque. 

Del lado izquierdo se mostraba el bosque más frondoso que del derecho, ya que de ese lado solo había árboles secos. 

A través del retrovisor vi que dos patrullas nos perseguían, en cada una venían dos oficiales y uno tenía un megáfono.  

—¡Detenga el auto, señor Munteanu! — gritó el oficial con el micrófono. 

Tonnevill: El legado de los 7. (Condenados 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora