Capítulo 25

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El segundo fallo de la Junta: Rixton Moreauwright, Caleb Bleedwoods y Mina Harrintong. 

Rixton Moreauwright.

10 de Enero de 2014. 

Mansión Bleedwoods. 

La habitación de Caleb era un desastre, era bastante decir eso viniendo de mí y lo desordenado que yo era. 

Cassandra solía decir que como estaba nuestro espacio para descansar, estaba nuestra vida. 

La vida de mi mejor amigo justo ahora se veía detrozada, acumulada de basura y desordenada. 

Intenté ayudarle a ordenar mientras él interrogaba a Matthew, aprovechando que llegó drogado de la mansión Munteanu, realmente mi ayuda no fue de mucho. 

Apenas logré limpiar su closet, quite sus sabanas por unas nuevas y saque la comida vieja. 

Caleb no permitía que algun empleado de limpieza le ayudara a ordenar, ya que no confiaba en nadie justo ahora para que invadiera su espacio, excepto por Kaethleen, Mina y yo, y no entendía muy bien porque confiaba en Mina. 

Suplique porque no fuera a hablar con su padre en ese estado, pero me respondió de forma agresiva, había intentado no ofenderme por sus palabras.

"—Un drogadicto me pide que no soporte a otro, vaya ironía que me trajo el mundo". 

Ya me había adjudicado el ser "el chico de las drogas" y no había forma inhumana de sacarme de ese encasillamiento a menos que sea dejándolas, mientras tanto el mote no me afectaba, porque no pensaba dejarlas. 

Durante estos diez días había estado sobrio para apoyar adecuadamente a Caleb al ver su estado decayente, pero eso no era suficiente para librarme de algún mal trato.

La ansiedad que llevo todo el día tampoco evitara algún mal trato. 

Estaba sometiendo a mi cuerpo y mente a sufrir por ser bueno para él, y aún no era suficiente. 

Suspiré y me senté junto a la orilla de la ventana. 

Kaethleen estaba acostada en el césped mirando nubes. 

Saqué mi mano para saludarla, al verme se sentó en el césped y devolvió el saludo. 

—¡¿Qué tal tu cumpleaños?! — grité. 

Su cumpleaños había sido hace dos días. 

—¡Patético! — respondió — ¡Como todo! 

—¡Maldición! — exclamé. 

Kaethleen justo ahora era una nube de negatividad. 

Me enojé conmigo mismo por sentirme mal por ella, no quería tenerle lástima ni manía, mucho menos ganas de ayudarle. 

—¡No maldigas mi casa! — gritó Kaethleen — ¡Ya está todo mal para que maldigas mi casa también! 

—¡Perdón! — grité. 

Kaethleen levantó su pulgar izquierdo. 

—¡¿Cómo estás?! — grité. 

—¡Te acabo de decir que patético! — exclamó — ¡¿Y tú?! 

—¡Igual! — dije. 

—¡Vaya mierda! — respondió. 

—¡¿Por qué dijiste mierda?! — grité. 

Kaethleen dio un salto en su sitio, se levantó de césped y corrió lejos de mí.  

Pensé en ir tras ella y hablarle, pero me contuve. 

Tonnevill: El legado de los 7. (Condenados 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora