Epílogo I

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Kaethleen Bleedwoods.  

Justo ahora pensaba en qué veníamos a la vida sin saber respirar, y nos íbamos olvidando cómo hacerlo.

Agradecía por el pequeño oxigeno que aún entraba por mí nariz al pensar en eso, pues significaba qué no estaba muerta. 

Todo estaba oscuro. 

Mis ojos estaban descubierto, pero no había un rayo de luz tan siquiera. 

Escuchaba jadeos, gruñidos y llanto. 

Estaba con otra persona, además de River.  

Escuchaba llamados de una voz femenina hacía su madre, preguntándole cómo estaba. 

No recibía respuesta alguna y al no hacerlo, lloraba más fuerte.  

Seríamos posiblemente tres personas vivas en esta habitación, cada una por un motivo distinto, pero creía qué teníamos algo más en común. 

"¿Por qué somos adictos a querer?

El deseo de amar y de ser amado nos impulsa a hacer cosas qué pensábamos imposibles. 

River tosió y volteé a su dirección, aunque no pudiera verlo. 

Lo sentía tan lejos y estaba a tan solo unos cuantos metros de mí. 

Colgaba de mis manos esposadas a las cuerdas de metal, mis pies no tocaban en suelo y me sentía más vulnerable, física y sentimentalmente.  

Las lágrimas salían solas de mí y mis muñecas ardían. 

Perdía todo el esfuerzo de inmunidad qué había obtenido al entrenar.

Me sentía más frágil de alguna manera. 

Los huesos en mi hombro se desgarrarian como siguiera aquí.

—Lo lamento — dije a River con un hilo de voz. — Es mi culpa… Dios, como lo siento. 

—Shh — murmuró River. — No provocaste nada de esto Kale. 

Contuve el aire y tardé unos segundos en soltarlo. 

Me parecía tan valioso respirar ahora. 

—Te equivocas — dije. — Si tal vez yo… 

—No — interrumpió River. — Si tal vez Matthew hubiera pedido ayuda antes de querer ser quién es, nada estuviera pasando, no es tu culpa Kalee. 

Dejaba las lágrimas salir, pues durante esa última batalla pensé que no volvería a escuchar su voz llamarme. 

No había una parte de mí qué no doliera. 

Me sentía retorcida, extraña y muerta. 

Al menos la parte más débil de mí la sentía muerta. 

No tenía en mi boca las palabras exactas para describir lo que en mi interior se expandía.  

Era calma con cólera, satisfacción e incomodidad, dolor y fuerza. Era una mezcla, todo estaba en un punto intermedio. Las sensaciones de victoria era por haber podido enfrentarlo, y las de perdida por haber tenido que llegar hasta este punto. 

Cada decisión que tomé en mi vida me llevó a sentirme así, cada silencio, cada vez que grité, como lloré, como decidí no hacer nada y cuándo hice. 

Todo me llevaba a este punto cero. 

Era consciente que toda aquella violencia que normalice era insana.

Era demoledor, y yo lo era con la situación, era demoledora. 

Me había prometido a mí misma solo continuar hasta la calma y no joderlo. 

Tonnevill: El legado de los 7. (Condenados 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora