Capítulo 5

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"Las familias felices son todas iguales. Cada familia infeliz es infeliz a su manera". 

—León Tolstói. 

Diane Holmberg. 

Ayer había llegado del instituto y lo primero que hice fue ducharme y dormir, de igual manera mis padres no habían llegado anoche y no estaban ahora para reprenderme por no haber comido algo.

Agradecía al cielo de que al fin era sábado, que mala manera de cerrar la semana escolar el día anterior. 

Busqué a mis padres en las oficinas que tenía cada uno aquí, la cocina, la sala, el comedor, la biblioteca, el gimnasio incluso en la sala de cine y el cuarto de juegos.

No estaban, no habían dejado una nota en la entrada así que supuse que no habían llegado en ningún momento de la noche, ni habían mensajes de texto en mi teléfono por lo que debían estar ocupados.

Solo les faltaba llevar sus cosas al edificio donde trabajaban los miembros de la Junta, parecía que vivieran allí. 

Entendía que su trabajo requería tiempo, sólo que a veces se extendía demasiado y no me notificaron que no iban a llegar por la noche. 

La soledad no iba de la mano conmigo, no me gustaba en lo absoluto, normalmente me sentía ansiosa e intranquila.  

Decidí prepararme un sándwich, me sentía bastante mal por no haber logrado comer nada el día anterior, pero tampoco pensaba preparada algo elaborado o que alimente demasiado, solo lo suficiente.

Ni siquiera el ama de llaves estaba aquí, hoy era su día libre. 

Lo único que me acompañaba era un sándwich, los guardias de seguridad y el teléfono.

Opté por ver una película para evitar pensar en el desastroso día de ayer.

El cabello negro me rozaba los hombros haciéndome cosquillear.

Muy pocas veces me cortaba el cabello de esa forma, pues a veces mi padre creía tener el derecho de prohibir cortar mi cabello.  

Antes de entrar en la sala de cine, tomé el teléfono para enviarle un mensaje al menos, no sabía cómo se sentía y qué tan mal físicamente estaba.

Escribía la primera parte del mensaje, una llamada entrante irrumpió en la pantalla.

Me sorprendí demasiado, él nunca me llamaba.

Tardé unos segundos en contestar a propósito. 

—¿Si? — atendí la llamada. 

Eh, ¿Diane? — preguntó Carter. 

El tono de su voz era inseguro, pero suave y calmado. 

—Si, dime — dije. 

Hola, soy Carter — saludó. 

Él no me había llamado en toda mi vida. 

—Ya lo sé, te tengo agendado ¿Ocurre algo? 

¿Estás sola en tu casa? — preguntó. 

Fruncí el ceño.

¿Para qué quería saber eso? 

—Si, ¿por qué? — respondí. 

¿Podemos reunirnos allá? — preguntó. 

"Podemos" venían más personas.  

—Claro — accedí. 

Tonnevill: El legado de los 7. (Condenados 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora