XLVII

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Me encontraba sentada en una pequeña oficina. Cerrada bajo llave, si quisiera escapar, eso no me detendría. Además, no estaría aquí, entregándome. Estaba esperando a que llegara un policía que tomara mi declaración. El policía que me recibió me preguntó que me había pasado, pero me negué a responder y fue cuando me encerraron en la oficina.

Abrieron la puerta, vi como un hombre de baja estatura, y complexión delgada entró en la habitación.

Me miró como escáner por el rabillo del ojo.

—Así que tú dices ser Dabria Garza

Asentí

—Pero no traes ninguna identificación que lo compruebe y no quieres contarnos que te pasó para que estés así—me señaló

—Buscamos en nuestra base de datos y no encontramos ninguna orden de captura a nombre de Dabria Garza.

— ¿Qué? —reaccioné confundida.

Maldita sea, Andrés debía de estar detrás de todo esto.

— ¿Está seguro?

Asintió

—Si nos estas tomando el pelo o es una apuesta de niños ricos, no es gracioso. Sí, sabemos quién es, la hija del magnate del acero.

Lo miré fijamente

— ¿Es una jodida broma?

Negó con la cabeza

—El escorpión nunca puso una orden. Te mintió y tú caíste en su juego.

— ¿Qué fue lo que dijo?

—Me escuchaste. Nunca podrás escapar de él.

Me levanté, recargué mis manos en el escritorio

—Nunca me subestime

Me agaché un poco y le quité su arma y le disparé en el hombro.

El ruido fue tan fuerte que hizo eco en toda el área. Se aproximaron bastantes personas.

Dos policías más entraron, me esposaron y me sacaron de la oficina. Me reía, el policía al que le disparé sólo me miraba fijamente

—Te lo dije—pronuncié sin que saliera voz de mi boca.

Me llevaron a los separos.

Las condiciones en las que se encontraban eran asquerosas, sucias y con un olor infame, no era nada comparado a cómo te hacen creer en las películas. Había dos personas más en la misma celda que yo. Dos hombres, uno que se veía de lo más normal y otro que se caía de lo ebrio que se encontraba. Sentí sus miradas en cuanto me pusieron con ellos.

Me senté en la banca con los brazos cruzados. Analizándolos, no me fue difícil adivinar el por qué se encontraban ahí. Uno seguramente por desorden público, debido a su estado de embriaguez y el otro vendía drogas.

— ¿Por qué una reinita como tu está en este lugar?

—Le disparé a un policía

—Vaya una chica ruda y atrevida, eso es ardiente

Me acerqué a él

—También maté a un hombre—Me miró fijamente sorprendido, tragó grueso y se alejó

Reí por lo bajo

—Víctor Osuna—el hombre borracho reaccionó, era él—se levantó, pagaron tu fianza—abrieron la celda y salió

—Por favor no me dejen aquí solo con ella

—No tendrás miedo de una chica.

—Ella no es cualquier chica, es una asesina. Por favor no me dejen aquí, quiero vivir

Reí

Fue bastante gracioso su comportamiento.

Yo estaba sentada, tranquila con las piernas y brazos cruzados.

— ¿Qué le hiciste? —me preguntó el policía

—Nada, sólo estoy sentada aquí tranquilamente, debe de ser un efecto secundario de las drogas. No solamente las vende, sino, que también las consume.

El chico de unos veinte años se giró para verme sorprendido.

— ¿Cómo lo supiste?

—Soy buena analizando a las personas.

Se giró de nuevo con el policía

—Por eso no me deben dejar con ella, por favor no me dejen en esta celda

— ¿Le temes a una chica? —le preguntó

Me dio rabia su comentario sexista

—Sí—respondió— sé que tiene la habilidad para matarme

—Aquí te quedarás, no puedo hacer nada—fue lo último que dijo el policía antes de irse.

Pasaron las horas, se llevaron al chico, pero yo seguía ahí. Hasta que llegó un policía.

—Dabria Garza

Asentí

— ¿Alguien quiere verte?

—Pero no se aceptan visitas

—El puede

Al escuchas esas palabras supe de inmediato quien era mi visita.

Se acercó hacia nosotros. Colocó su mano en el hombro del policía.

—Ya puede irse.

El policía salió dejándonos solos.

— ¿Qué diablos haces aquí? —le pregunté a Andrés

No respondió

— ¿Qué diablos haces aquí, Andrés? —él seguía callado—Responde, maldita sea.

Me miró fijamente

—Espero que te pudras en prisión. Es lo que querías, estar aquí y aquí te quedarás. Te mantendré vigilada todo el tiempo en el reclusorio y no saldrás nunca. Lo que sea que tengas planeado olvídalo, porque nunca lo llevarás acabo.

Lo miré con odio

— ¿Has venido a amenazarme?

—He venido a cumplir con mi parte del trato. ¿Querías estar en la cárcel? —arqueó una ceja—Pues aquí te quedarás, ángel de la muerte.

Salió dejándome sola.

Esa fue la última vez que vi a Andrés León. 


Nota de la autora:

Este es el último capítulo de esta historia. Mañana les subiré el epílogo. 

Gracias por leer esta historia. No olvides votar si te gustó, recomendarla y seguirme en mis redes sociales.

Los quiere hasta el infinito.

Deya

Peligrosa BellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora