XVI

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Me encontraba en los camerinos del restaurante, casi salía a escena. Frente a mí tenía a un hombre de aproximadamente treinta años, explicándome lo que tenía que hacer durante el espectáculo, la verdad, no le presté atención, lo único que tenía en mente era el plan que teníamos contra Genaro.

Diez minutos después estaba parada en el escenario. Mientras cantaba podía ver a Genaro y a su equipo, junto a ellos estaba sentado Marcus, en la mesa de la izquierda, sólo veía como los miraba de reojo.

Antes de terminar la canción, vi que un hombre se acercó a ellos. Era alto, bronceado, de cabello negro, seguramente él era quien haría la entrega de lo que teníamos que robar.

Terminé, el público aplaudió. Antes de salir del escenario, vi como Genaro le dijo algo a uno de sus hombres de seguridad, el señor de algunos cuarenta años, era alto y un poco robusto, asintió y se retiró del lugar.

Me fui al camerino, a los cinco minutos de llegar tocaron a la puerta, las cuatro chicas que estábamos ahí, pensamos que era el chico que trabajaba como staff, pero en el fondo deseaba que fuera para mí.

—Adelante— gritó una de las chicas.

Era el chico del staff, pero este se dirigió hacia mí.

—Antonella Ponce— me buscó con la mirada.

—Aquí estoy— dije sentada en uno de los sillones del lugar

—Alguien quiere hablar contigo.

Apareció detrás de él, el mismo hombre que formaba parte de la seguridad de Genaro. Las chicas comenzaron a murmurar, sabían a que había venido.

—Señorita Ponce— se dirigió hacia mí como si me conociera —el señor Genaro Silva desea verla ¿podría acompañarme hasta su mesa?

—Claro, permítame un momento, ¿podría esperar afuera?

—Por supuesto— asintió y salió. Una de las chicas cerró la puerta con seguro.

En cuanto lo hizo las otras tres chicas se acercaron a mí.

—Tienes mucha suerte—dijo una chica rubia de ojos azules.

— ¿Por qué? — aunque ya sabía porque lo decían.

—Porque él es uno de los hombres más poderosos— respondió otra chica de cabello castaño, que respondía al nombre de Clara

—Sí, él siempre manda llamar a alguna mujer que le llame la atención y la llena de regalos, pero a cambio ya sabes— comentó la chica de nombre Ana

Me hice la desentendida, pero sabía perfectamente de lo que hablaban.

—Tienes que ser cariñosa con él—la chica quien no había hablado respiró profundo— ¿sabes a lo que me refiero? — hizo una pausa —acostarte con él.

—No soy de ese tipo de chicas, pensé que este era un lugar decente.

—Lo es, pero él no es precisamente un santo. Él es uno de nuestros mejores clientes y dueño del 40% de este lugar. Si quiere te puede eliminar.

Las chicas estaban conscientes de quien era en realidad Genaro Silva. Retoqué mi maquillaje y salí del camerino ignorándolas.

— ¿Lista, señorita? —preguntó el hombre de seguridad

—Sí— respondí al darle una sonrisa, pero no sonrió, era tal y como lo pensaba. Lo observé a la perfección sin que él se diera cuenta, traía un arma escondida entre su traje sastre. Tenía que desarmarlo antes de llegar, para que él no tuviera ventaja ante nosotros.

Caminamos hasta la zona de las escaleras, todo el camino me observó con detenimiento. Cómo quitarle el arma si no dejaba de hacerlo, necesitaba que estuviera distraído. Al tratar de subirme, fingí tropezarme, él me tomó de la cintura y yo de la suya, exactamente en donde tenía oculta el arma, de una manera tan delicada, ligera y velozmente se la quité. Con esa misma velocidad introduje el arma dentro de mi vestido, colocándola en mi liguero de mi pierna derecha. Después de este pequeño incidente, seguimos subiendo las escaleras.

—Sígame, por favor— lo seguí, antes de llegar a la mesa se detuvo —el señor que está a su derecha, él es Genaro.

—Perfecto— caminé hasta la mesa, él lo hizo también

—Señor, aquí está la señorita Antonella Ponce— me anunció cuando llegué junto con él.

Al escuchar mi nombre, se levantó y el hombre que estaba con él también lo hizo, el estaba de espaldas a mí, no logré verle el rostro para identificar quién de sus aliados era.

—Antonella, querida. Soy Genaro Silva, es un placer tenerte aquí con nosotros— tomó mi mano y la besó —por favor, siéntate— tomó una silla y la acercó hacia mí — quiero que te sientes junto a mí— eso hice.

—Espero no interrumpir con algo, señor Silva.

—Para nada, vos nunca lo harás.

Sonreí

—Sos bellísima

—Gracias— volví a sonreír — Sigan con lo que estaban, yo no quiero ser una distracción.

Su socio puso una carpeta sobre la mesa

—Estas hojas son copias impresas de lo que tengo que darte— esa voz la conocía muy bien, cuando miré al frente pude ver claramente quien era.

Peligrosa BellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora