XIII

34 1 0
                                    

No podía creer lo que estaba escuchando, prácticamente estaba en medio de una misión y Amir, quería mandarme a otra.

— ¿Cómo está tu acento argentino? —preguntó

—Mi acento esta excelente, pero ¿Por qué vos me lo preguntás? —respondí con mi perfecto acento

—Te vas a Argentina

— ¿Estás loco Amir? Estoy en una misión aquí, simplemente no la puedo dejar.

—Te vas, ya lo he dicho. En tres días no pasará nada. Esos idiotas no pueden con la misión y te necesitan. Te vas en un rato. Te mando toda la información.

Caminé hacia la habitación donde tenía las computadoras, ahí en la pantalla aparecieron unos archivos.

— ¿Cuento contigo mi ángel de la muerte?

—Es increíble que no puedan hacer esto solos— solté una respiración sostenida — ¿qué hay de tus infiltrados?

—Ya mataron a 3 de los 5. William ya está allá, Marcus sale en unas horas y tú, sales hoy. Tienes que estar ahí mañana. Así que tu misión y el equipo puede esperar. Esto es más importante.

Me quedé callada. Su voz sonaba desesperada, estaba detrás de algo grande y eso pronto lo averiguaría.

—Quiero eso a toda costa, no importa lo que tengas que hacer, hazlo— colgó. Ya sabía lo que tenía que hacer, iría a Buenos Aires.

Comencé a abrir todos los archivos, en ellos venían indicaciones y una serie de fotografías, hubo una en la cual puse mayor atención, Genaro Silva, mejor conocido en Argentina como el Lobo, él era el líder de una de las más grandes organizaciones de ese país, además que controlaba todo el flujo de información y mercancía de Sudamérica, así que tenía mucho trabajo que hacer en tres días si quería regresar en ese lapso de tiempo.

Lo que Amir quería que consiguiera era una serie de códigos para poderse adentrar a la red sudamericana. Quería entrar a negociar con los del equipo contrario a Genaro y él en sus planes era una amenaza y yo era quien tenía que resolver ese pequeño problema. Lo que Amir no sabía era que él también quería aniquilarlo. Ambos representaban una amenaza para cada uno, pero Amir tenía un arma secreta, a mí, indetectable, ninguna persona sabe que existo, se escuchan rumores del ángel de la muerte, pero nunca me han visto, nadie sobrevive a uno de mis ataques.

Imprimí mis boletos de avión, tomé uno de mis pasaportes falsos, junto con varias identificaciones que me hacían pasar por ciudadana Argentina. Fui a mi habitación. Tomé mi teléfono y comencé a marcarle a Andrés, mientras hacia mi maleta. Sonó, pero nunca respondió a mi llamada, así le marqué tres veces. Seguí haciendo mi maleta, cuando mi teléfono sonó. Era él.

—Qué bueno que respondes, Dabria.

— ¿Qué pasa?

—No puedo llegar a nuestra cita, lo siento, surgió una emergencia familiar— su tono sonaba algo extraño. Ocultaba algo.

—Es una lástima, yo también tengo que salir a un compromiso familiar. Voy al funeral de una tía a Durango— mentí. Mi tono, al contrario del de él, sí sonaba convincente.

—Será otro día. Tengo que colgar.

Y ya no escuché más su voz.

Algo ocultaba, será que sabe ya todo y va detrás del equipo, o será algo más. Tenía la sospecha de que guardaba un oscuro secreto. Estaba casi segura que tenía una doble identidad después de todo no era el pulcro policía que todos creían y si mis sospechas eran ciertas, estaba más cerca de mi objetivo de lo que creía en un principio.

Terminé de hacer mi maleta, me alisté. Me puse mi peluca pelirroja y mis pupilentes color verde, durante estos días, ya no sería Dabria, sino, Antonella Ponce y sería el remplazo de una cantante en uno de los restaurantes favoritos de Genaro, Café de Los Angelito. Al investigar dónde y cómo era el restaurante, pude observar que era idéntico a un teatro, pero con mesas al alrededor. Llamé un taxi, tomé mi maleta, mis boletos junto con mis falsas identificaciones, me puse mis lentes oscuros y bajé. Fui en busca de Ramiro, al cuarto. Toqué la puerta. Él salió de inmediato. Me miró y miró mi maleta.
— ¿Vas a salir?
—Sí,tengo que salir de la ciudad, una tía murió.
—Lo siento mucho
—No se preocupe. Le quiero pedir un favor, me ausento por un fin de semana,probablemente sea por unos días más, todo depende de cómo esté mi familia, en especial mi abuela.
—Descuida
—El favor es que no quiero que alguien entre a mi departamento. No autorizo a nadie para que entren, si vienen y le dicen que los mando, yo, no les deje entrar.
—Está bien— me miró de manera extraña — ¿Algo más?
—No, Ramiro. Muchas gracias.
A lo lejos pude ver como el taxi se estacionaba.
—Me despido, lo veo en unos días.
—Que tengas buen viaje. Sonreí, él entró de nuevo a su cuarto, caminé hasta la salida y me subí al taxi.
—¿A dónde la llevo, señorita?
—Al aeropuerto, por favor— dije con perfecto acento argentino.

Peligrosa BellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora