II

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—Aquí tienes lo que querías— dejé sobre la mesa una carpeta con los documentos que me había pedido, los cuales eran los archivos que venían en la memoria que robé hace un par de horas atrás.

Él me miró fríamente, como lo hacía siempre. Tomó la carpeta, lo abrió, al ver su contenido, sonrió. Su sonrisa hace años me asustaba, ahora me parecía de lo más normal.

—Buen trabajo, por eso eres mi favorita para hacer esto.

—Soy la que tiene el mejor entrenamiento.

—Sabía que no me había equivocado contigo. Siempre es bueno confiar en tus corazonadas y cuando llegaste de niña con tu cara toda llena de tierra y hambrienta supe que en ti había ese elemento que tanto buscaba.

—Gracias y no te fallaré.

—Puedes retirarte.

Sin decir más, salí de su oficina. Me dirigí al área de entrenamiento, cuando Martha de interceptó.

— ¿A qué horas llegaste?

—No tengo mucho, prácticamente voy llegando.

— ¿A dónde vas?

—A entrenar un poco.

— ¿Qué no piensas comer?

—No tengo hambre.

—Tienes que comer, para poner mantener el ritmo de esta vida.

—Vaya que sí lo mantengo, Martha.

—De pequeña nunca me hubieras dicho no a la hora de comer.

—Eso fue hace tanto tiempo.

—Vamos Dabria, te daré algo de comer y después te vas a entrenar, debes de tener mucha hambre, saliste muy temprano y apenas vas regresando— me tomó del brazo y casi jalándome me llevó con ella al comedor.

Martha era casi como una madre para mí y para muchos del equipo. Prácticamente ella fue mi figura femenina, ya que yo crecí en este mundo, llegué muy pequeña, sólo tenía ocho años. Desde que llegué se había preocupado por mi salud y bienestar. Aunque no le gustara las misiones a las que me mandaba Amir. Ella pensaba que sólo eran exclusivas para hombres, pero demostré ser mejor que ellos en las misiones y en los entrenamientos; por eso me entrenaron de manera diferente, creando una máquina de defensa conmigo.

—Quiero que te comas todo— dejó un plato sobre la mesa, el cual contenía un filete de res, arroz blanco y una porción de verduras, junto con un vaso lleno de té.

Sonreí

—Te recuerdo que no tienes que obligarme a hacerlo, no soy una niña Martha.

—Sí, ya sé que tienes 23 años, pero para mí siempre serás esa niñita toda sucia que llegó un buen día con la cual me encariñé.

Le sonreí, porque sabía que lo decía de manera sincera.

—Yo también te quiero Martha, siempre serás como mi madre.

Ella se acercó y me dio un beso en la cabeza.

—Come, antes de que se enfrié tu cena— comentó cuando se iba de nuevo a la cocina a preparar la cena de los demás del equipo.

Terminé de comer lo que Martha me había servido. Me levanté de la mesa, llevé el plato a la cocina, lo lavé y me fui a entrenar.

Cuando iba al cuarto de entrenamiento, los demás venían saliendo de él. Mejor, lo tenía para mí. Comencé calentando un poco, corrí alrededor del cuarto que era del tamaño de una cancha de tenis. Había aparatos para hacer ejercicio, además de sacos y peras de boxeo. Toda la habitación estaba perfectamente diseñada para entrenarnos para situaciones reales, a las cuales, éramos expuestos constantemente. Era prácticamente una sala de simulaciones, había bardas construidas para saltarlas, muros para trepar, pasamos de cuerdas; para los novatos era la sala de la tortura, ya que los que teníamos más experiencia los ayudábamos con el entrenamiento y éramos sumamente exigentes, porque nuestros maestros lo fueron en su momento.

Después de terminar de correr, completé la rutina de obstáculos y por ultimo concluí con 20 minutos golpeando un saco de boxeo. Al terminar de entrenar me fui a dar una ducha, para finalizar con mi día.

Estaba en la que podría decirse era mi alcoba. Sólo tenía una cama, una mesa a un lado de ella y una ventana que daba hacia un lote baldío y a lo lejos podía ver el cerro de la silla sobresaliendo de entre todo lo demás. No tenía todas las comodidades de una chica normal de mi edad, ya que nunca duraba más de 6 meses en una ciudad, constantemente cambiaba. Era la única que cambiaba constantemente de ciudad, porque a comparación con los demás, yo había recibido un entrenamiento especializado para las situaciones, a las cuales, era expuesta. Sabía cómo desarmar a un hombre en menos de 20 segundos, era estratega y analista de situaciones, podía resolver un problema en pocos minutos. Fui criada en este mundo, fui educada para hacer el trabajo que desde niña observaba.

A la edad de 8 años, Amir, el jefe, me encontró en la calle, andando sola, defendiéndome de unos adolescentes, con ropa toda sucia y rota. Al ver que me pude defender de esos chicos se acercó y comenzó a hacerme varias preguntas, estaba asustada, creí que me llevaría a la policía o de nuevo al orfanato del cual me había escapado dos días antes de nuestro encuentro.

Él me llevó a una especie de bodega a las afueras de la ciudad. Cuando llegamos me condujo a algo muy parecido a un comedor y me dejó sentada ahí, él entró a la cocina y salió con una mujer, de aproximadamente, unos cincuenta años, de piel morena, cabello rizado y unos cuantos cabellos de color blanco, ya que comenzaba a notarse debido al tinte desgastado. La señora de grandes ojos y mirada dulce se acercó a mí y siguiendo las órdenes de Amir me preguntó que era lo que quería comer, pero no respondí, estaba completamente asustada y no pude articular palabras.

—Muy bien dulzura, estás asustada, lo sé, pero no tienes por qué tener miedo— me sonrió —te traeré unos ricos hot cakes, huevo revuelto, pan tostado, jugo de naranja y leche.

Ella se fue, dejándome sola con él. Me observaba fijamente, rodeó mi silla, sentándose frente a mí y cruzó los brazos

— ¿Qué es lo que hacías sola en la calle? —me preguntó

No hablé

— ¿Qué no piensas hablar?

—Lo... Lo siento— tartamudeé

— ¿Cómo te llamas?

Moví los hombros en señal de que no sabía.

— ¿Cómo te dicen?

—En el orfanato, las señoras me llamaban Dabria, supongo que ese es mi nombre

— ¿Dabria? —reaccionó sorprendido

—Sí

— ¿Sabes lo que significa tu nombre?

—No

—Proviene del latín y significa ángel.

Entró la señora con una charola, traía todo lo que dijo que me daría de comer. Dejó la comida sobre la mesa, de manera desesperada comencé a comer de todo un poco. Sólo vi como Amir me miraba fijamente.

—Imagino que no quieres regresar al orfanato de donde escapaste.

—No, ahí no quiero regresar— respondí mientras metía un bocado a mi boca.

—Te quedarás, pero tendrás que aprender ciertas cosas, ¿entiendes Dabria?

—Sí— expresé un poco temerosa al seguir comiendo.

Entonces no sabía a qué cosas se refería, eso lo descubrí con el tiempo y 16 años después me convertí en su mejor arma.

Peligrosa BellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora