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Comenzamos a salir Andrés y yo. En nuestra relación no existía confianza.
Sí, era tierno y hasta un poco romántico. Amir me enseñó que nunca debes de confiar en alguien, en este mundo la confianza no existía. En este mundo no puedes amar, casarte o tener hijos, no puedes hacer nada de eso, estaba prohibido.

A la edad de 17 años, Amir me sometió a un par de cirugías para deshacernos del periodo menstrual y de la posible concepción de un hijo. Después de mi recuperación y a los 18 años tuve mi primera misión. Me mandó a Cancún a recuperar unos archivos que le fueron robados por René Müller, un exitoso empresario, que debía su consorcio hotelero al lavado de dinero, al cual se dedicaba. Entré a trabajar a su hotel, bajo el seudónimo de Alejandra González. Mi facilidad para imitar acentos, me ayudó para poder imitar el del lugar y poder entrar a trabajar ahí. Durante dos meses estuve vigilando e introduje cámaras en su oficina, en los lugares menos comunes y de formas que pocos imaginan. Justo un día revisando las cámaras supe donde tenía los papeles y lo que haría con ellos. Resulta que estos eran una especie de códigos que no podía descifrar, conociendo a Amir, este creaba sus propios códigos para que nadie pueda saber lo que dice. Nunca supe lo que eran, pero René siempre estuvo muy exasperado por no poderlos descifrar. Tenía un equipo de 5 personas a cargo de ello. Nunca pudieron hacerlo. Encontré donde era su base operaciones, y decidimos entrar por lo que era nuestro. Robé los papeles originales, quemamos todas las réplicas y el lugar, ese día murieron alrededor de 50 personas, de ambos equipos. Así fue, como me gané el apodo: el ángel de la muerte.

Sonó el teléfono, trayéndome de vuelta desde mis pensamientos. Me encontraba en la habitación de estrategias, así había nombrado la recámara con las computadoras. Estaba revisando unos cuantos correos de Amir.

—Hola— respondí

—Hola, Dabria— era Andrés — ¿Cómo estás?

—Bien, un poco ocupada, ¿Y tú cómo estás?

— De maravilla—escuché un suspiró—Tengo el plan perfecto para hoy.

— ¿Qué? —arqueé una ceja

—Sí ¿qué dices?

Lo pensé por unos segundos.

—Está bien.

—Nos vemos a las 6 de la tarde en Olas Altas, a la altura del escudo.

—Te veo ahí— colgué

Él no sabía dónde vivía. Como parte de esa falta de confianza no permitía que fuera a casa y él tampoco me dejaba ir a la suya, pero como parte de las investigaciones sabía perfectamente donde vivía.

Me alisté lo más casualmente posible, con unos jeans, blusa rosa con encajes y mis converse blancos, tenía que usar tenis por si necesitaba correr. En una mochila, guardé mi arma y una de mis tantas navajas, esta mochila tenía un compartimiento secreto que no se veía a simple vista, sólo los expertos en estas mochilas sabrían como abrir este compartimiento. También guardé mi bolsa y una botella con agua. Tomé las llaves de la mesita y me fui con rumbo al lugar en el que nos veríamos.

Estaba a sólo unas cuantas cuadras de mi casa. Caminé lento, veía a las personas pasar en sus coches o a pie igual que yo. A lo lejos podía ver la playa y un sol que comenzaba a ponerse en el horizonte.

Llegué y empecé a buscarlo entre las personas que había en el lugar, pero no lo vi, así que me senté y miré el paisaje que la naturaleza me mostraba. Sentí que una persona comenzaba a acercarse a mí, me giré para encontrarme con esa mirada tan expresiva, que sólo Andrés tenía.

—Te quería sorprender.

Reí en manera de burla.

— Trata de tener mejor suerte con eso. No soy fácil de sorprender.

Se quedó callado mirándome.

— ¿A dónde iremos?

—A un lugar que no está muy lejos de aquí.

Me dio la mano para que me levantara de donde estaba sentada. Me levanté y con su otra mano me acercó a él, colocó mi mano detrás de su cuello y me besó con suma pasión.

—Te extrañé— con sus besos lo confirmaba.

En ese momento, no supe si fue actuación o en realidad disfrutaba besarme.

Tomó mi mano y comenzamos a caminar hacia una calle que era cuesta arriba.

— ¿Me dirás a donde iremos o tendré que adivinar?

— ¿Quieres que sea sorpresa?

—No. Odio las sorpresas

En realidad lo hacía. Ya que en este mundo todo tenía que estar fríamente calculado.

—Solamente por eso no te diré.

Apreté su mano con mucha fuerza, hasta que sintió la necesidad de quererme soltar; no se lo permití, seguí apretando, hasta que se soltó con fuerza.

— ¿Cómo un ser tan delicado como tú tiene esa fuerza?

Reí

—Nunca subestimes a una mujer

<<Y mucho menos me subestimes, Andrés, no sabes de lo que soy capaz>> pensé

Estaba callado.

— ¿Me dirás a dónde vamos? — pregunté mientras seguíamos caminando.

—Está bien. Veremos un atardecer a un lugar especial.

Imaginaba a donde iríamos por la dirección que llevábamos.

—Iremos al corazón—dije segura de mi respuesta

—Sí, pero ¿Cómo...?

No dejé que terminara de formular la pregunta cuando yo lo interrumpí.

— ¿Cómo lo supe? Fue sencillo por la dirección que llevamos.

—Si que eres una chica difícil de sorprender—arqueó una ceja

—Te lo dije.

Llegamos al lugar, bajamos hasta la banca. Ahí había un letrero con las palabras: "me debes un atardecer". Sentados, desde ahí, vimos una hermosa puesta de sol, que hubiera sido perfecta si hubiera estado enamorada. Para mí sólo era una misión más. 

Peligrosa BellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora