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—Señorita, por favor abróchese el cinturón, ya vamos a aterrizar— dijo una mujer rubia que trabajaba como sobrecargo. Aparentaba unos treinta años.

Me abroché el cinturón, tal y como dijo la rubia, aterrizamos. Ya estando en tierra, fui a esperar mi maleta. Media hora más tarde, tomé un taxi y fui a la dirección que me había dado. Le dije al taxista que me llevara a la calle carnaval, cerca del teatro Ángela Peralta. Antes de venirme había buscado en internet la dirección que me había dado Amir, y supe en donde iba a vivir, estaba a una cuadra del teatro, ya que el edificio estaba en una esquina.

Lo vi de lejos, estando en el taxi, supe que ya había llegado.

—Aquí es— le comenté al taxista. Le pagué y me bajé, él me ayudó a bajar la maleta.

—Pensé que era turista— expresó el hombre de cabello negro con unas cuantas canas y de mediana estatura.

Reí

—Pensé que era turista porque no tiene acento, pero supo muy bien cómo llegar.

—Fue gracias al internet, investigué la dirección.

Se quedó callado, supongo que le dio pena su comentario.

Caminé un poco hacia la puerta, saqué las llaves de la mochila que traía e intenté con alguna de ellas abrir la reja de la entrada al edificio. Hasta que la abrir, cuando entré un señor delgado, mucho más alto que yo, su cabello blanco brillaba un poco y su cara estaba llena de arrugas. Tenía aproximadamente unos setenta años, no sabía cómo alguien de su edad seguía trabajando aún.

—Usted es Dabria Garza— parpadeó un par de veces, como tratando de enfocar mi rostro.

—Así es señor—extendí mi mano para que la estrechara.

—Llámeme Ramiro—estrechó mi mano.

—Está bien, Ramiro.

—Subiremos hasta su departamento, para que lo vea. Ya está amueblando con todo lo que su mudanza trajo.

¿Mudanza?

—Me alegra saber que ya están todas mis cosas.

Seguramente, Amir, se encargó de acondicionar perfectamente el departamento para todo lo que necesitaría.

Subimos por el elevador al segundo piso, al salir a mano derecha, hasta el fondo estaba la puerta de mi departamento.

Él tomó las llaves que traía en el bolsillo de su pantalón, abrió la puerta.

—Dabria, este es tu departamento. Esta es la sala de estar, a tu lado derecho esta la cocina y el comedor— caminamos un poco, a mi lado derecho, había un pequeño pasillo en el cual a cada lado había una puerta, supuse que esas puertas eran las recámaras y al fondo había otra —Estas son las habitaciones. La puerta del fondo es el baño— señaló la puerta —El cuarto de lavado está por la cocina.

—Muchas gracias, Ramiro

—De nada, Dabria. Cualquier cosa, no dudes en llamarme. Estoy en el cuarto que esta por el estacionamiento.

—Gracias

Él salió del departamento. Cuando cerró la puerta, comprobé si las puertas de las recamaras, estaban abiertas. Y lo estaban, al menos una. Era en la cual dormiría ya que en ella había una cama, una mesa de noche con una lámpara, un tocador y un closet que abarcaba toda la pared. Como si fuera a ocupar todo el closet con mi ropa. Dejé la maleta y fui a la otra recamara, al intentar abrir estaba cerrada. Tomé mis llaves que traía en el bolsillo. Tomé la más pequeña, la introduje en la perilla, giré la llave y la puerta se abrió, como suponía ahí era el cuarto de vigilancia, tenía varias computadoras, una mesa que funcionaba como escritorio. Estaba completamente oscuro. Al intentar abrir la ventana, me di cuenta que estaba sellada. Salí de esa recámara y me fui a la mía. Me costé en la cama, cerré los ojos, quería descansar un poco, pero sonó el teléfono, era un número privado. Sabía que era Amir.

—Ya estoy aquí.

—Perfecto, ya checaste todo.

—Así es

—En la computadora principal de la habitación encontrarás unas instrucciones y una dirección, tienes que ir a ella.

— ¿Algo más?

—Es todo. Haz tu trabajo mi ángel de la muerte— colgó.

Me levanté de la cama, me dirigí hacia la otra habitación, abrí la puerta y encendí la computadora principal. Era una de escritorio. Tenía contraseña, como siempre era la misma, la ingresé. Aparecieron los iconos del escritorio y automáticamente se abrió una ventana. En ella venia el nombre de un restaurante y su dirección. Al buscarlo por el GPS, supe que estaba muy cerca del departamento. Así como estaba vestida fui al restaurante. Al doblar en la esquina, vi el letrero con el nombre. Entré y busqué a alguien quien me fuera familiar, hasta que lo vi sentado en una mesa al fondo del restaurante. Estaba sentado con unos amigos, supuse que lo eran, ya que se veían en confianza. Me senté cerca de ellos para escuchar de lo que platicaban. Para mi desgracia eran las fechas de carnaval y el lugar estaba muy lleno, las personas hablaban muy fuerte y casi no me dejaban escuchar lo que ellos estaban diciendo.

—Andrés, vamos a la fiesta.

—No estoy aquí por diversión

— ¿Qué tal si pasa algo? —comentó el joven de tez moreno y cabello negro —tu deber como policía es estar ahí.

—Por favor, Frank, esto no es tan simple y no lo tomen como un juego de niños. Es un asunto muy delicado. Accedí a salir con ustedes hoy, porque son mis amigos desde niños y tenía años sin verlos, pero no puedo ir a la fiesta.

—A nadie le hace daño ir a una fiesta—comentó el otro chico, era rubio y tenía los ojos color verde.

—Así es, que tal que en ella aparece alguien que te puede ser de utilidad.

Se acercó a mí un joven de unos 18 años, de mediana estatura y piel morena.

—Señorita, ¿gusta ordenar algo?

—Me traes la especialidad por favor y de tomar un té.

Me miró extraño, así que no le tomé importancia.

— ¿Algo más?

—Sería todo.

Él se fue y me quedé sola de nuevo, escuchando la plática.

Después de pensarlo unos segundos Andrés aceptó a ir a esa fiesta.

— ¿Dónde será la dichosa fiesta?

—Es una sorpresa. Sólo te recomiendo que te vistas lo mejor y más cómodo posible.

— ¿Por qué?

—Porque será algo muy entretenido y es algo que no se ha hecho.

Los dos amigos de Andrés se miraron entre sí y él los miró de manera extraña.

Me puse a pensar en donde diablos sería esa dichosa fiesta. Llegó el mesero con mi orden, eran cerca de quince camarones, arroz y una ensalada junto con mi té. Era mucho. Miré mi plato y después miré al mesero.

— ¡Qué lo disfrute!— sonrió de manera burlona y se fue.

Primero tenía que terminar mi comida, después encargarme del mesero y averiguar dónde y cuándo sería la fiesta. 

Peligrosa BellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora