— ¿A qué estas jugando? ¡Ibas al cuarto con él! ¿Acaso me quieres matar? — habló rabioso, pegando la cara muy cerca a la de él.
— ¡Y yo! ¿Crees que soy de piedra? ¿Crees que te puedo ver comerte a besos con ese? — apuntó con su mano a la puerta. — ¿Y actuar como si nada pasara? ¡Pues no! Te equivocas si crees que me quedare así nomás ¡Aun no me conoces!
Las venas del cuello estaban tan alteradas que parecían reventar. El dolor y rabia que sentía hacían que las palabras se le quedaran en la garganta, haciendo más difícil el poder expresarse. — Si yo... me pudro por dentro...¡¡tú te pudres conmigo!!
Jalo su mano con rabia.
— Ahora si me disculpas, tengo que hacer cosas más importantes que platicar contigo, como ir y a hablar con mi hijo. — se detuvo un poco, antes de salir del cuarto. — Si estas interesado en los más mínimo en conocerlo, ya sabes en donde estaremos. — salió azotando la puerta.
Por más que amara a ese hombre, no podía estar a solas con él. Su pura presencia lo hacía perder el control de sí mismo y el tacto de sus manos quemaba su piel.
No podía dejarse llevar por los celos, lo más importante en su vida, era el bienestar de su hijo. Sabía que si seguía dejándose llevar por sus impulsos, pondría su vida en peligro y eso debía parar.
Necesitaba verlo o enloquecería, necesitaba fuerzas para seguir con esa farsa y sabía perfectamente que su pequeño sería el único que se las daría.
Emilio se quedó como estatua, se sentía tan impotente ¡ese chico lo enloquecía! Lo vio salir y quería ir tras de él, regresarlo a ese cuarto y amarlo hasta que jurará no volver besar a Facundo. Pero él también moría por ver a su hijo.
¡Claro que iría!
Antes de salir necesitaba relajarse un poco, su cuerpo estaba tan tenso que no creía poder tener control de sí mismo una vez más. Lo amaba y verlo en brazos de otro hombre solo lograba enfurecerlo, logrando que perdiera el control.
Cuando llegó a la sala se sentó tras de él, no quería levantar sospechas. La imagen que vio en la pantalla de ese monitor, le robo la respiración.
¡Era hermoso! Con una sonrisa encantadora y unos enormes ojos chocolate. Su corazón se aceleró y un gran nudo se formó en la garganta. ¡Era su hijo! Sus ojos se aguaron, debía controlarse.
— ¿Aslanbey? ¿Emilio Aslanbey, eres tú? — la voz del señor Fritz lo sacó de su estupor. Él no pudo responder, solo asintió con la cabeza.
El ver su rostro fue un alivio para el padre de Joaquín, sabía que el amor que sentía por su hijo era tan fuerte que daría su vida por protegerlo. Podía ver la súplica en la cara de Joaquín y no hablaría de más, pero le hizo jurar que lo protegería, gracias a la gran amistad que un día existió entre él su padre.
Después de un largo rato de charla y llanto, se cortó la llamada. Joaquín se levantó llorando y corrió a su cuarto, necesitaba desahogarse. Rudo se levantó para ir tras él, pero Sergio se lo impidió.
Quería consolarlo y asegurarle que todo estaría bien, que no permitiría que les hicieran daño a ninguno de los dos. Ahora que conocía a su hijo, sabía que sería capaz de todo por ellos.
Ver cómo sería Facundo quien lo consolaría y no él, lo mataba. Camino a su oficina y se encerró, sirviéndose un trago para tranquilizarse un poco.
Después de un rato y varios tragos salió, ver que ninguno de los dos se encontraba con el resto se imaginó lo peor y se dirigió a la recámara en donde se encontraban los dos.
ESTÁS LEYENDO
Tu Amor Es Mi Redención *Emiliaco* (Adaptación)
Fiksi PenggemarJoaquín, hijo de uno de los magnates más poderosos de la industria en los Estados Unidos. Alegre, extrovertido, vivía una vida cómoda y sin preocupaciones, pero todo cambió de la noche a la mañana. Una llamada telefónica puso su mundo de cabeza, al...