Capítulo 8

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La Historia de Kreacher

     No pude dormir esa noche. El trío de oro me había propuesto que durmiera con ellos en el salón con un saco de dormir, pero había declinado la propuesta.

     Me había quedado dando vueltas en mi cama hasta altas horas de la noche. El calor tampoco ayudaba demasiado y el recuerdo de mi mano temblando ante los mortífagos cuando estaba punto de matarlos venía a mi mente cada vez que cerraba los ojos.

     -No debes dudar -gruñí para mi misma flojito para no despertar a Nyx y Peque mientras salía de la habitación y subí hasta mi laboratorio, que anteriormente había sido el dormitorio principal y habitación de Buckbeak. 

     Eran las dos de la mañana que cuando me encerré rodeada de apuntes, botellas cerradas con decenas de colores distintos y libros abiertos de par en par. No volví a mirar la hora hasta que pude notar que una tenue luz se había colado por los cristales de la ventana y dejaba atrás la luz de las lámparas. Las seis y media.

     Era de un frío y claro azul como de tinta aguada, en algún punto entre la noche y el amanecer, y todo estaba en silencio. Era escalofríariamente tranquilo. Cada año que venía era diferente. El primero abundaba por el bullicio de Sirius Black, la Orden del Fénix, los Weasley y el trío de oro. El segundo año contaba con la presencia de la Orden (sobre todo de Remus y Dora), los Weasley y el trío de Oro. Pero ese año, solamente éramos cuatro almas rodeadas por el silencio.  Siempre quejándome del ruido, y en ese momento deseaba que al menos uno de los otros tres riera tan fuerte que les contagiara el humor a los otros.

     Solté un largo suspiro, los ojos me pesaban y solté un bostezo exagerado aprovechando que nadie me podía ver. Mire hacia arriba al ensombrecido techo, al candelabro lleno de telarañas. Menos de veinticuatro horas antes, había estado de pie a la luz del sol a la entrada de la carpa, de la boda. Parecía que desde entonces hubiera pasado toda una vida. 

     Entonces, oí unos golpes en la puerta mientras apartaba la mirada del reloj, aún marcando las seis y media.

     -Adelante -invité.

     Era Harry. Encima de la mesa donde trabajaba, tres calderos al fuego con diferentes contenidos, y detrás un montón de libros abiertos por páginas marcadas que levitaban suavemente. Yo estaba sentada con la mirada fija en una libreta en mi regazo que chequeaba de vez en cuando.

     -¿Si? -le pregunté sin mirarlo.

     -Esto... -Harry se veía un tanto incómodo, las pociones nunca fueron su punto fuerte-. ¿Cómo has dormido?

     -No he podido -admití echando un poco más de conchas molidas al primer caldero-. ¿Que tal allí abajo?

     -No ha estado tan mal en realidad -se rascó una mejilla indeciso-. Ha sido como acampar, y ni a mi ni a Ron nos importa dormir en el suelo, por lo que le hemos dejado a Hermione que se acueste encima de los cojines del sillón.

     Levanté la mirada, Harry seguía de pie delante de la puerta.

     -Puedes sentarte -le señalé una silla que había en un rincón-. Aproxímate si quieres, pero no toques nada.

     -¿Porque tienes otra silla? -preguntó mientras avanzaba con la silla en alto y lo dejaba a un lado de la mesa-. Pensaba que no dejabas que nadie entrara.

     -La trajo Dora -expliqué-. El año pasado ella y Remus pasaron bastante tiempo aquí. Le hice prometer que la dejaría entrar si no se movía de la silla y dibujaba un circulo en el suelo para que no se saliera. 

Lilianne y las Reliquias de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora