Capítulo 12

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El Despertar del Mosntruo

     -Dámela, Gregorovitch.

     Mi voz era alta, clara y fría, y mi varita estaba aferrada delante de mi por una mano blanca de largos dedos. El hombre al que estaba apuntando con la varita, estaba suspendido en el aire con las piernas hacia arriba, aunque no había cuerdas que lo sujetasen; se balanceaba allí, atado de forma invisible e inquietante, con los miembros enroscados sobre su cuerpo, con la cara aterrorizada a nivel de la mía, rubicunda debido a la sangre que se había agolpado en su cabeza.

     Tenía el cabello de color blanco puro y una barba densa y tupida: un Papá Noel atado.

     -¡No la tengo, ya no la tengo! ¡Hace muchos años que me la robaron!

     -No mientas a Lord Voldemort, Gregorovitch. Él sabe... Siempre sabe.

     Las pupilas del hombre colgado estaban muy abiertas, dilatadas con miedo, y parecieron agrandarse, cada vez más, hasta que su negrura me engulló por completo... Y ahora me dirigía apresurada por un oscuro pasillo siguiendo la estela del corpulento Gregorovitch, que sujetaba un farol en lo alto.

     Gregorovitch irrumpió en una habitación al final del pasillo y su farol iluminó lo que parecía ser un taller. Virutas de madera y oro brillaban en el oscilante círculo de luz, y en el alféizar de la ventana se hallaba posado, como un pájaro gigante, un joven de cabello dorado. En la fracción de segundo que la luz del farol lo iluminó, vi el placer en su apuesto rostro.

     Entonces el intruso lanzó un Hechizo Aturdidor con su varita y saltó hacia atrás hasta casi caer por fuera de la ventana con un estallido de risa. Y me encontró precipitándome de vuelta del interior esas pupilas dilatadas como túneles, y me fijó otra vez en la cara de Gregorovitch, presa del terror.

     -¿Quién fue el ladrón, Gregorovitch? -dijo la voz alta y fría.

     -No lo sé, nunca lo supe, un hombre joven... no... por favor... ¡POR FAVOR!

     Un grito que continuó y continuó y entonces una ráfaga de luz verde...

     -¡El Ama tiene que despertar!

    Abrí los ojos y quedé enterrada por el marrón y gris; no tenía ni idea de lo que había sucedido, solo sabía que en donde yacía no tenía espacio, estaba ahogándome.

     Empecé a luchar llevar aire a unos pulmones que parecían aplastados. No podía ver nada, ¿Por qué sentí esa sensación tan familiar otra vez? ¿Por qué volvía a estar dentro de aquel armario?

     Ayuda.

     -¡Ama! ¡Ama! -decía una voz a la lejanía.

     Por favor, no puedo respirar

     -¡El Ama se hará daño!

     Me voy a ahogar.

     Y de un momento a otro, me encontraba levitando. Me habían separado de aquella imagen asfixiante. Parpadeé y me di cuenta de que el marrón y gris tan pegado a mi cara no era nada más que mantas sobre las que me encontraba.

     Al parecer me habían colocado cara hacia abajo sobre una cama que se me hizo muy conocida: estaba en la Casa de los Gritos.

     -¿Que le ocurre Ama? -preguntó la vez, esta vez reconocible-. ¿Le duele algo?

     Mi pecho se hinchaba y vaciaba temblorosamente. Por mi boca se escapaba todo el aire retenido en bruscas bocanadas, y mis ojos enfocaban los objetos lentamente.

Lilianne y las Reliquias de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora