Capítulo 2

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Los siete Potters

      Vi como Harry corría hasta el ventanal del salón justo a tiempo para ver el coche de los Dursleydejar el camino de entrada y recorrer la carretera. El sombrerode copa de Dedalus era visible entre Tía Petunia y Dudley en elasiento de atrás. El coche giró a la derecha al final de Privet Drive, sus ventanas ardieron de color escarlata por un momento al sol que ya se ponía, yentonces desaparecieron. 

     A paso lento, Harry volvió a subir hacia su habitación, y bajó cargado con la jaula de Hedwig, su escoba y una mochila. Se volvió a sentar en un sillón, justamente delante de mi, y se quedó mirando un punto fijo en la pared.

     Hacía mucho tiempo, cuando se quedaba solo mientras los Dursley iban a divertirse por su cuenta, las horas de soledad habían sido un regaloescaso.Haciendo una pausa solo para escamotear algo sabroso de la nevera, apresurarse a subir arriba a jugar con el ordenador de Dudley, o encender la televisión y cambiar los canales había contentado su corazón. 

     Le provocaba unasensación rara y vacía recordar esos tiempos; era como recordar a un hermano menor al que había perdido.

     -¿Quieres echar un último vistazo al lugar? -preguntó a Hedwig, que todavía estaba escondiendo la cabeza bajo el ala-. Nunca volveremos aquí. ¿Quieres recordad los buenos momentos? Quiero decir, mira este felpudo. Que recuerdos... Dudley vomitó sobre él después de que le salvara de los dementores... Imagina, estaba agradecido después de todo, ¿puedes creértelo?... Y el verano pasado, Dumbledore atravesó esa puerta... 

     Harry perdió el hilo de sus pensamientos por un momento y Hedwig no le ayudó a recuperarlo, sino que continuó sentada con la cabeza bajo el ala. Harry volvió sobre sus pasos a la puerta principal 

     -¡Y aquí abajo, Hedwig -Harry abrió una puerta bajo las escaleras- es donde solía dormir! No me conocías entonces... Caray, que pequeña, lo había olvidado...

     Harry miró alrededor hacia los zapatos apilados y paraguas.

     -Y mira esto, recuerdo despertar cada mañana viendo la parte de abajo de las escaleras, que conbastante frecuencia estaba adornada por una araña o dos -suspiró-. Eso habían sido días anteriores a saber nada sobre mi verdadera identidad; antes de haber averiguado como habían muerto mis padres y por qué a menudo pasaban cosas tan raras a su alrededor.

     Era bastante penoso, y casi se me habían pasado las ganas de contárselo a los gemelos para que lo avergonzasen. 

     Hubo un rugido repentino y ensordecedor en algún lugar cercano. Harry se enderezó con una sacudida y se golpeó la coronilla con el marco bajo de la puerta. Deteniéndose sólo para emplear algunas de las palabrotas preferidas de Tío Vernon se tambaleó hasta la cocina, agarrándose la cabeza y mirando por la ventana al jardín trasero. Yo simplemente miré hacia aquella dirección aún sentada. 

     La oscuridad pareció ondear, el aire mismo tembló. Entonces, una por una, empezaron a aparecer figuras a la vista cuando los Encantamientos Desilusionadores se iban alzando. Dominando la escena estaba Hagrid, llevando un casco y guantes y sentado a horcajadas en una enorme motocicleta con un sidecar negro adjunto. A su alrededor los demás estaban desmontando de escobas y, en dos casos, de esqueléticos y negros caballos. 

     Abriendo de golpe la puerta trasera, Harry se lanzó entre ellos. Hubo un grito general de saludo mientras Hermione le lanzaba los brazos alrededor, Ron le palmeaba la espalda, y Hagrid decían "¿Todo bien, Harry? ¿Listo para partir?". 

     -Definitivamente, -dijo Harry, sonriendo a todos ellos-. ¡Pero no esperaba a tantos de vosotros! 

     -Cambio de planes, -gruñó Ojoloco, que sujetaba dos enormes sacos, y cuyo ojo mágico estaba girando del cielo oscurecido a la casa y el jardín con mareante rapidez-. Pongámonos a cubierto antes de hablar de ello. 

Lilianne y las Reliquias de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora