Capítulo 36

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En una guerra no se descansa, se prepara

     -Accio varita.

     No hizo falta más. Sentí la textura tan cómoda en mi mano llegar a su dueña. Apunté a mi brazo.

     -Vysma aimatos, Vysma aimatos.

     Una variante del Vulnera Sanentum que creo padre para unir la carne una vez se dañaba con el Sectumsempra.

     Aunque sangre había parado mientras mi cuerpo estuvo muero, la herida seguía abierta. No había cura simple para la magia oscura, no se podían devolver las extremidades, pero sentí como mi carne se estiraba y se unía entre ella. Se pegó somo si se encontraran como dos trocos de carne separados por un imple corte.

     Todo el cementerio estaba tan silencioso, que incluso con el dolor de mi cuerpo, la tranquilidad era absoluta.

     Aparté la mirada del Carroñero muerto a mis pies, y me atreví a levantarla. En la Marquesina del sepulcro, rezaba: 

     Carina Adara Black, 20 años. Fallecida en 1981. Buena Hija, Hermana y Madre. Que encuentres cobijo en tu presente con los antepasados, y guía a los descendientes para que todos sepan llegar a casa.

     El sepulcro de madre.

     Me arrodillé al final. Todo se había acabado. Carina había sido testigo de mis actos, y la reja de su sepulcro se había puesto entre el camino de aquel hombre para que tuviera escapatoria.

     Gracias madre, y perdóname.

     El cielo estaba repleto des estrellas. Nunca en mi vida había vito una noche tan estrellada como aquella. Podía ver las constelaciones propias de la primavera: Osa Mayor, Cáncer, Boötes, Leo, Virgo, Coma Berenices, Hydra...

     Hydra... mi segundo nombre.

     Puede que por eso el cementerio de los Black estuviera en aquel sitio porque la vista de las estrellas era única y especial. La familia Black siempre las veneraba, al fin y al cabo. No me extrañaba, con verlas mi tripa revoloteó contenta.

     Cerré los ojos, y me concentré en mi respiración, escuché algo que hizo alterar todos mis sentidos.

     Dejé de lado la varita arrastrando las rodillas con prisa para estar a la par de la manta coral que se había impregnado de aquel líquido rojo en la superficie. Utilicé mi mano para levantar con dificultad las mantas que envolvían al niño y los deposité al suelo, justo delante de mi.

     Nyx y Peque parecieron entender, y saltaron haciendo un último esfuerzo apartando las telas del cuerpo mientras yo hacía lo que podía con mi derecha dejando al descubierto una pelusa color castaño claro en su cabeza. En efecto, el bebé no se movía para nada.

     Entonces...

     Apoyándome, bajé poco a poco mi torso, y sin ejercer presión puse mi oreja en el pecho del niño.

    Nada, nada...

     Inspiró. 

     El bebé respiraba. Una respiración lenta, muy lenta, pero estaba vivo. Su corazón también latía perezoso.

     Casi me caí de la impresión cunado enderecé mi cuerpo para atrapar la varita de un zarpazo. Aún de rodillas, me acerqué más, separando las piernas para tener mejor soporte ante sacudidas. 

     Nyx y Peque observaron como lanzaba encantamientos a diestra y siniestra. El niño estaba débil, pero no aguantaría mucho más. No sería problema alguno, no tenía la licantropía en su sangre, por lo que tampoco tenía la magia negra en su sangre que habría dificultado las cosas. El imbécil lo había aturdido para que no llorará más.

Lilianne y las Reliquias de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora