Pequeños despistes
Me desperté sudando.
Acabábamos de salir del invierno. El equinoccio de marzo caía ese año en 19; casualidad, normalmente caía el 20.
Giré para mirar lo único que se mantenía en la mesita, el reloj: eran las cinco de la mañana. Contuve el impulso de suspirar sonoramente, Peque y Nyx estaban durmiendo profundamente, y mi lechuza había llegado el día anterior de uno de los viajes a Bulgaria para contactarme con Vicktor.
No quería molestarlos, al menos Nyx necesitaba descansar después de aquellos viajes que la dejaban exhausta.
Me levanté notando como las sábanas plateadas estaban pegadas a mis brazos y piernas desnudas por llevar manga corta. El sudor hacía que las telas se pegara de una forma insufrible. Cuando me separé del colchón pegando las plantas de mis pies en el frío suelo, me di cuenta de que la camiseta y los pantalones estaban pegados a mi cuerpo también.
La sensación me hizo acabar en un escalofrío de estos desagradables.
No quería darme un baño, me daba hasta pereza. Salí de de la habitación prácticamente arrastrando los pies y cerrando la puerta con lentitud. Le di la espalda a la sala común, y me adentré a por el pasillo que albergaba todas la puertas de las habitaciones femeninas de las Slytherin de todos los años.
Al final de todo, con una puerta de madera casi blanca como el mismísimo marfil, se encontraban los baños.
Me adentre y cerré antes de abrir la luz. Era una sala de peculiar arquitectura. En un principio era rectangular, o al menos así era desde la puerta hasta el final de la larga fina de cubículos que había en los dos laterales del baño. Al final, la sala se abría un poco más, y formaba un semicírculo rodeado de una pared acristalada que dejaba ver el un trozo del Lago Negro con varios espejos enormes con marcos negros intercalados con las vistas.
Los cubículos de la izquierda conformaba paredes y puertas de diferentes tonalidades de verde y azul acusa, como el color del mar mismo o algún pantano de aguas claras. Allí se encontraban los retretes.
A la derecha, los cubículos eran un poco más anchos dando lugar a que hubiera una tercera parte menos, y a diferencia de los del lado opuesto, las paredes llegaban desde el techo hasta el suelo, pero el color era exactamente el mismo.
Al final del largo pasillo, justo en medio de la estructura circular acristalada y llena de espejos, se encontraban los salpicaderos. Era un único un monumento grande y alto, como si de una fuente de resplandeciente plata ennegrecida salieran decenas y decenas de surtidores de agua en forma de cabezas de serpiente que escupían el agua con solo acercar las manos para acabar cayendo en una pica reluciente en forma de un remolino ancho y corto.
Verdaderamente era la pieza principal que robaba la atención, no entiendo como me costó tanto saber donde estaba la entrada a la Cámara de los secretos si Salazar dejaba bien plasmado una delicadeza en crear aquellas arquitecturas.
Caminé hacia el primer cubículo de la derecha, apuntando con la varita mi boca y realizando el hechizo de empieza bucal, no soportaba la horrible pastita que se quedaba en la boca cuando alguien se dormía y el paso de saliva dejaba de funcionar.
Cerré la puerta y miré la pequeña estancia rectangular, en una parte la alcachofa de la ducha sujeta en la pared arriba de los grifos de regulación del agua que estaba a la misma altura que una pequeña bandeja con una esponja y dos recipientes de jabón; en el lado opuesto tres ganchos que impermeabilizaban las cosas (uno de ellos ocupado ya por una toalla), y una pequeña cesta de ropa debajo con un pergamino pegado a su lado de cual colgaba una pluma.
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Lilianne y las Reliquias de la Muerte
FanfictionSolamente debía aguantar. Pero costaba fingir que no quería llorar, que no quería gritar de frustración, que me daba igual todo. La guerra nos había cambiado a todos, el miedo azotaba las calles y, entre los muros de Hogwarts, tenía que quedarme cal...