Capítulo 25

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Insensibilidad

      Le habían arrebatado los encantamientos protectores de aquella casa, y el ambiente soltaba un aire entre pesadumbre y resistencia.

     Los alrededores estaban callados y tranquilos, y eran pocas las luces de colores que llegaban desde dentro de la casa No parecía que estuviéramos en Navidad, sino solamente que los habitantes estaban aún despiertos mirando una mera película en una noche de invierno.

     Me ajusté un poco más la capucha tapando bien mi cabeza e intentando cubrir lo más que pudiera mi rostro y atravesé el congelado jardín lleno copos de nieve que no se habían aplastado aún contra el suelo, y parecían acariciar y posarse con delicadeza sobre el manto blanco. Con la mano izquierda levantada a la altura de la cara, y los nudillos desnudos doblados, toque la puerta.

     La tranquilidad aún se había intensificado más después de eso, y apreté inconscientemente la varita en mi mano, que se mantenía escondida en la manga.

     -¿Quién es? -la voz femenina no sonaba asustada, solamente cautelosa.

     Era lenta y pausada, casi como si estuviera ganando tiempo.

     -No puedo decirlo aquí -avisé-. No vengo a pelear, solamente hablar.

     Los pasos también eran firmes, y cada vez se hicieron más fuertes hasta llegar al otro lado de la puerta de madera. Luego, el inconfundible sonido de los pasadores de hierro desbloqueándose.

     El picaporte se abrió, pero la puerta no chirrió: ya fuera por lo lenta que se abría, porque a penas se abrió lo suficiente como para que me miraban por una rendija, o porque aquella casa siempre estaba en las mejores condiciones.

     La morena de ojos castaños se asomó, y miró con mirada dura hacia mi persona, entrecerrando los ojos para poder ver bien con el pequeño haz de luz que salía de la casa entre las peas de la capucha.

     Conecté mis ojos con los de ella.

     -Demuéstrame que eres tu -ordenó.

     Y mis ojos, antes plateados, pasaron a azules antes de volver una vez más a su estado más común.

     Tardó unos segundos, y la mujer suspiró: no supe si era de alivio o porque esperaba de verdad que yo no fuera quien decía ser. Se apartó de mi vista, y lo tomé como una señal para poder abrir la puerta por mi propia mano.

     No había tiempo que perder, y me adentré sabiendo que allí dentro la bienvenida sería forzada, pero sería mejor que quedarme fuera, donde las calles eran cada día más peligrosas que el anterior.

    Al cerrar la puerta, sentí un pinchazo en mi cuello, donde una varita me apuntaba atenta a cualquier movimiento, preparada pada atacar al menor movimiento.

     -¿Que hace la hija de Snape en mi hogar? -preguntó resentida.

     Sabía que el descubrimiento de mi ascendente había sido divulgado por todo el mundo como el fuego en un bosque seco.

     -¿Ahora le haces caso a la sangre? -le pregunté-. Nunca te pareció importar lo que tu familia hiciera, hermana de Bellatrix y Narcisa.

     Andromeda chistó con la lengua y bajó la varita. Había sido muy hipócrita de su parte dirigirme aquellas palabras justamente ella: la única que no apoyaba el clasicismo de sangre de entre toda su familia.

     -Nunca nos lo dijiste -dijo resentida.

     - Mi madre tampoco lo dijo -fruncí el ceño-. ¿También a ella la hubieras apuntado con la varita? Pensaba que tu, que ahora están persiguiendo a tu esposo, entendería que hay cosas que se nos escapan de nuestras manos. Tu hija no tiene culpa de que su padre sea un nacido de muggles, tiene suerte de que tu seas sangre pura.

Lilianne y las Reliquias de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora