Treinta Y Siete

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Hablaré con la verdad

CONNOR

Un día atrás antes del encuentro.

Ahora sí me fui al carajo. Se dieron cuenta de mi deseo de aclarar las cosas. Pensar y pensar en cómo decirle lo que pasó para que vengan estos imbéciles y lo quieran soltar así como si nada en su maldita página. Lo peor de todo es que involucran a Verónica, y todo es por mi culpa, si se llega a hacer público ella no me lo perdonará, así como tampoco lo ha hecho con nuestra discusión. Me enviaron el video como borrador y un ultimátum, uno que sería publicado si me acercaba a Dederick.

Hundo mis dedos en mi cabello con frustración, dejando mi cara escondida entre mis manos sintiéndome exhausto. ¿Qué estaba pensando? En mis absurdos impulsos y en el rencor que me seguía motivando aún después de tantos años, y pensándolo bien, unos que fueron inútiles e innecesarios. Suelto una risita amarga.

Recuerdo a la perfección que cuando tenía 13 años fue cuando realmente conocí el pasado de mi padre, uno tan distinto al que me habían hecho creer, que se me hacía difícil verlo a los ojos y ver reflejada una cara de ángel, un padre “ejemplar” y no poder evitar ver su lado oscuro, uno que mantenía alejado para guardar apariencias.

El señor era todo un casanova, y eso que viendolo bien no tiene ningún atractivo del que pudiera gozar para que muchas cayeran a sus pies incluyendo a mi madre; su labia debió ser convincente. O tal vez hizo uso de sus ojos, los cuales ambos de sus hijos heredamos. Volviendo al tema, me enteré por casualidad del destino—o mejor dicho, una carta—de que tenía un hermano un año menor que yo.

La carta era corta y glacial que estaba escrita con una linda y femenina letra en carta curvada de una forma exótica, en la cual hacía referencia a mi padre como un canalla desgraciado, y que se mantuviera alejado de su hijo Dederick, que ya nada los vincularia jamás y que se iban a un rumbo desconocido el cual no hacía mención en la carta, y pues que sus razones eran obvias, aunque claro, en cierta parte fue en vano porque al final terminamos descubriendo su paradero.

En cuanto supe de su existencia, al principio no supe cómo sobrellevar esa información, lo primero que hice fue reír; pensaba que era broma, luego fruncir el ceño y llenarme de una sensación de desasosiego y consternación. La leí otra vez y caí en cuenta de que sí era real, la carta tenía una fecha del día anterior junto con una dirección de su casa actual no quedando muy lejos de la mía, y mi impulso primario fue querer conocerlo rezando porque todavía no se hubieran marchado. No me pregunten cómo fue, solo supe que debía verlo. Quizá mi soledad me impulsó. Oculté la carta en donde estaba con rapidez, ya luego vería la manera de decirle a mi madre sobre esa situación.

Ese mismo día cuando salí de su despacho y antes de que quedara en la pobreza absoluta, me encontró saliendo de ahí, él llevaba una botella de licor en su mano sin abrir y discutimos fuerte, porque no le gustaba que entrara. Siempre fui el respondon, así que me alzó la mano y antes de que me alcanzara salí corriendo a esconderme a mi habitación en donde sin ser consciente de lo idiota que había sido, él me encerró diciendo que eso me enseñaría a no ser un fisgon y a dejar de rebelarme como lo hice.

Ja, creyó que eso me frenaria. Mi habitación estaba en la segunda planta, y como toda una damisela rodee el techo hasta dar en la parte trasera casi cerca de la habitación de mis padres en donde había una escalera ya que mi madre estaba planeando poner una enredadera de plantas decorativa en esa área, entonces bajé con astusia y en silencio, hasta que me asustó en lo que me volteé, pillandome e interceptando cada uno de mis movimientos. Desprendía un fuerte olor a alcohol y cuando quise desafiarlo con la mirada, la suya estaba tan oscura, severa y frívola que por un momento vacilé.

Dederick © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora