Capítulo 7

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El lunes por la mañana sonó la alarma del celular y lo apagué molesto

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El lunes por la mañana sonó la alarma del celular y lo apagué molesto. Me miré la mano con disgusto. Esa mierda no sólo dolía, sino que daba comezón y apestaba.

Salí de la cama usando sólo mi bóxer y me dirigí al baño. Oriné con los ojos cerrados, y luego abrí el agua de la ducha. El cuarto se llenó de vapor en pocos minutos, me quité los calzoncillos y me deslicé debajo del agua caliente. Bañarse con una mano era jodidamente complicado, sin mencionar que incómodo. De repente, no pude evitar reírme al imaginar lo estúpido que debía verme desnudo con el brazo extendido por fuera de la ducha.

Luego de quince minutos, volví a la habitación más despierto, me puse unos vaqueros y una camiseta con mucha dificultad, y por encima me puse el cabestrillo para mantener el brazo en alto. Por un segundo busqué mi chaqueta de cuero hasta que recordé que se la había entregado a Emily.

Me dirigí hacia la habitación contigua, subí la persiana y dejé que la luz de la mañana invadiera la habitación. Esquivé todos los obstáculos hasta llegar a la cama.

Me dediqué a observar al pequeño niño por unos segundos. Su cara era tan angelical y tranquila. No pude evitar sonreír, y sin pensarlo dos veces me tiré sobre él con cuidado de no aplastarlo, al tiempo que le hacía cosquillas con la mano sana.

—¡Benny, despierta!— le gritaba divertido y sentía como el pequeño se revolcaba debajo mío y reía— ¡Despierta, despierta!

—Estoy despierto, estoy despierto— gritaba entre risas.

—No te creo— continué pasando los dedos por su barriga— Arriba, arriba.

—Ya estoy despierto— su risa era contagiosa y me acosté junto a él mientras se calmaban nuestras respiraciones.

Volteé mi cabeza y lo miré.

—¿Vas a levantarte o tengo que hacerlo de nuevo?— lo amenacé alzando la mano.

—Me levanto, me levanto— dijo divertido y salió de la cama.

—Prepárate y yo haré el desayuno— acordé mientras me levantaba para dirigirme a la cocina— ¡Y cepíllate los dientes!— le grité mientras bajaba las escaleras.

Comencé a hacer tostadas y calentar un poco de leche cuando comenzó a sonar el celular. Lo saqué del bolsillo y maldije antes de atender.

—¡Aiden! ¿Cómo está todo?— la voz por el teléfono sonaba entusiasmada.

—Todo está bien, Thomas, ¿Qué sucede?— dije con malhumor.

Se escuchó un suspiro dolido del otro lado de la línea.

—Creía que podíamos juntarnos a almorzar juntos y hablar, ¿Qué dices?

—No tenemos nada que hablar— solté cortante.

—Aiden, por favor— insistió con la voz triste.

Resoplé mientras sopesaba la situación.

—Encuéntrame en el instituto a la una.

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