Sentía las manos y los brazos dormidos y adoloridos. El precinto continuaba enterrándose en mi piel, como si fuese a unificarse con ella. Tenía la espalda entumecida, y un fuerte dolor en la mejilla izquierda, allí donde me habían estampado una bofetada.
No sabía exactamente cuánto tiempo llevaba allí sentada, pero sí podía decir con certeza que había oscurecido, ya no veía a través de la tela esa penumbra del atardecer, todo se había opacado. Hacía largo rato que me habían dado ganas de orinar, y me las estaba aguantando por dos motivos: primero, porque me encontraba sola en ese depósito, y prefería seguir de esa manera; y segundo, porque no quería orinar frente a esos hombres. Sin embargo, la presión en la vejiga comenzaba a ser inaguantable. No recordaba la última vez que había experimentado una sensación así, creo que ni siquiera cuando era pequeña.
—¿Hola?— dije en voz alta, recibiendo mi propio eco como respuesta—¿Hay alguien?— insistí alzando un poco más la voz, sin darme cuenta que estaba apretando y agitando las piernas, en un intento de aguantar un rato más. Silencio. Refregué la cabeza contra mi hombro, en el intento de quitarme ese sucio trapo que me envolvía. Logré que el borde de la tela quede enganchada en mi oreja, por lo que pude tener mejor visión del lugar en el que me encontraba.
El piso de cemento gris estaba salpicado aquí y allá con un líquido negro, que podría ser grasa de autos, suciedad, o pintura. No veía más que una solitaria silla a unos pocos pasos de donde estaba, y a lo lejos se encontraba la puerta de chapa corrediza. Por un instante se me ocurrió ir hasta allí e intentar abrirla. Hacía horas que no aparecía nadie, quizás se habían ido a dormir, quizás era ahora el momento. ¿Y luego qué? ¿A dónde debía ir? Se dificultaría mucho correr con las manos atadas a la espalda, sin mencionar la bolsa en la cabeza. Me sentía intranquila, desprotegida, aterrorizada. Miles de escenarios se reprodujeron en mi mente en cuestión de segundos: ser perseguida, ser descubierta, ser golpeada, ser violada, ser torturada, ser asesinada. Me mordí el pellejo del labio, en un intento de traerme a mi misma a la realidad, y dejar de habitar esas pesadillas. No iba a lograr nada imaginando los peores escenarios.
Con dificultad, me puse de pie, casi cayendo al instante a causa del adormecimiento de mis extremidades. Una vez dados los primeros pasos, tomé más coraje, y me acerqué con más rapidez hacia la puerta de metal. Lo único que podía escuchar era mi respiración entrecortada, y los estridentes latidos de mi corazón. A medida que avanzaba, pensando en mi posible libertad, me olvidaba poco a poco de todo el dolor que sentía: el ardor y quemazón de mis muñecas en carne viva, el enrojecimiento de mi mejilla, el dolor de mi espalda, a la que parecían haber golpeado una y otra vez con un palo; incluso me había olvidado por completo de las ganas de orinar. Todo había pasado a segundo plano. Bueno, de hecho, ahora que lo mencionaba, la presión en la vejiga había vuelto. Caminé con más ligereza, dando pasos cortos pero apurados, casi bailoteando, en un intento de controlar las imparables ganas de orinar.
Cuando estaba a unos pocos pasos, me detuve en seco, como también mi corazón, y casi que termino por hacerme encima. Escuché unas voces fuera.
—Creo que está llamando— murmuraba una voz grave al otro lado.
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Olvida el mundo
Teen FictionEmily es una talentosa dibujante que está por descubrir que la vida es mucho más que sólo sueños. Aiden es un joven problemático y desinteresado que debe aprender que la vida no vale nada sin ellos. La historia ha probado que definitivamente no se...