Capítulo 38

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—¿Por qué estás vestido así?— preguntó el pequeño Ben con asombro al ver a su hermano

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—¿Por qué estás vestido así?— preguntó el pequeño Ben con asombro al ver a su hermano.

Aiden le sonrió y se arrodilló para estar a su altura. Por más que intentara sonreír y hacer comentarios tiernos, nada ocultaba la profunda tristeza que sentía. Y verlo de esa forma me estaba rompiendo por dentro. A lo largo de la noche me había preguntado varias veces qué pasaría si realmente lo encerraban. Qué pasaría si de repente no fuese a verlo por meses. Qué pasaría con él en ese lugar, ¿lo cambiaría?

—Ben— comenzó Aiden mientras tomaba al pequeño por sus hombros— Estoy así porque... me iré de viaje— me mordí el interior de mis mejillas para no largarme a llorar ahí mismo. Espantaría al niño. —Vamos de viaje con la escuela.

—¿Cuándo volverás?— inquirió el hermanito, que no se veía completamente convencido.

—No lo sé, pequeño— admitió Aiden. —Intentaré volver lo más rápido posible.

—No quiero que te vayas— lloriqueó mientras se echaba a sus brazos. Aiden apretó la mandíbula y pestañeó varias veces para que se esfumaran las lágrimas.

—Yo tampoco quiero dejarte, Benny. Pensaré en ti cada segundo— su voz comenzaba a quebrarse, pero luchaba con todas sus fuerzas para mantener la cordura. —Y prometo traerte muchos regalos. Tú ahora ve con mamá, que también está triste. Tienes que portarte bien hasta que regrese, ¿de acuerdo?

El niño rompió el abrazo, con lágrimas en sus mejillas y los labios húmedos, y asintió lentamente con la cabeza. Susan le dedicó una mirada triste a Aiden antes de tomar al pequeño de la mano y guiarlo escaleras arriba.

Aiden demoró unos segundos en volver a ponerse de pie. Parecía haberse quedado en blanco, sin energías para afrontar lo que seguía. Estaba escandalosamente atractivo en ese traje, todo de negro, parecía alguien importante con planes para arrasar el mundo entero, y sin embargo cuando veía su rostro y su expresión denotaban todo lo contrario: alguien abatido, derrotado, roto. Incluso parecía estar de luto, como si esa fuera su manera de despedirse.

Se puso de pie con deliberada lentitud, y comenzó a caminar hacia la puerta de salida. Lo acompañé sin decir palabra, intentando descifrar qué cosas le estarían pasando por la cabeza en esos momentos, en qué estaría pensando, cómo se estaría sintiendo. Ya lo había visto preocupado antes, el día que volví a casa luego del secuestro, había visto cómo se veía el temor en sus ojos, como se dibujaba la ira y la bronca en sus facciones, en sus músculos apretados. Pero ahora había algo distinto. Tenía un halo de desilusión y vacío absoluto que me desgarraba por completo. Aiden, quien solía traer estampada esa sonrisa sarcástica y socarrona, ahora traía el rostro de la mismísima angustia en persona.

Nos acercamos al Audi que aguardaba en la entrada de la gran mansión con pasos cansados.

—Si quieres, puedo conducir yo— solté con falsa seriedad, intentando sacarlo de la oscuridad en la que se estaba sumiendo. Se le escapó una sonrisa.

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