Capítulo 12

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Casi ni había dormido la noche del martes, pensando en la charla que había tenido con mi madre

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Casi ni había dormido la noche del martes, pensando en la charla que había tenido con mi madre. Descubrí que mi padre no sólo sufría de depresión, y recibía tratamiento —de lo que nunca me había percatado—, sino que había acudido a prestamistas y luego de recibir diversas presiones, acabó suicidándose. ¿Cómo se suponía que debía sentirme ante semejante revelación? Y mi madre cargó con eso durante tanto tiempo, viendo como poco a poco la mente de su marido se perdía y se derrumbaba en un pozo sin salida, sin poder hacer nada para revertirlo. Y aquí estaba yo, preocupándome por cosas sin sentido como una maldita universidad, o unos estúpidos dibujos. ¿De dónde sacaríamos tanta plata? El mundo tenía una manera muy siniestra de funcionar, girando alrededor del dinero, de los que tienen. No pude evitar pensar en Aiden: que fácil sería todo estando en su situación. Una idea fugaz atravesó mi mente en ese momento, al recordar la historia que me contó Jace: ¿sería fácil?

El miércoles estaba demasiado desanimada para asistir al colegio. No me apetecía ver a nadie, hablar con nadie. El jueves, en cambio, no podía seguir faltando. Muy a mi pesar, me levanté de la cama, me vestí, y bajé a desayunar. Mi madre se veía bastante compuesta, tomamos un café juntas y me dispuse a emprender el camino hasta el instituto. Me coloqué los auriculares y elegí una canción lenta, que reflejaba mi estado de ánimo, antes de salir.

Salí de casa ensimismada, mirando el suelo. Casi me da un ataque al corazón cuando alguien a mis espaldas me tomó del hombro. Me quité los audífonos de un tirón y volteé espantada.

—Jace— exclamé soltando el aire— Casi me matas de un susto— llevé mis manos al pecho para calmar a mi corazón que latía desbocado. En ese momento lo vi con detalle— Oh por Dios, Jace, ¿Qué te ocurrió?

El párpado de su ojo derecho estaba levemente inflamado, de una tonalidad rojiza; una mancha violácea le surcaba la parte de abajo del ojo, mientras que tenía dos cortes: uno que le dividía la ceja y otro en el labio inferior.

—Deberías ver al otro tipo— soltó con una sonrisa. Era contradictorio verlo sonreír en esas condiciones.

—¿Qué sucedió?— expresé espantada ante su imagen.

—Es una larga historia— dijo al tiempo que comenzaba a caminar en dirección al instituto— Vine para ver cómo estabas, no te vi ayer en clases.

—Larga historia— solté deseando que no indague más al respecto.

Afortunadamente, sonó su celular y salvó el incómodo momento.

—¿Qué hay, hermano? ¿Cómo te sientes?— casi ni terminó de decir aquello, que su voz se desdibujó— ¿Ahora?— dijo con el rostro serio— Tranquilo, tranquilo, yo iré— colgó apresurado y me miró— ¿Quieres acompañarme?— aceleró el paso hasta llegar a la avenida. Me costaba seguirle el paso.

—¿A dónde?— cuestioné sin entender nada de lo que sucedía.

—A buscar el auto de Aiden.

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