Capítulo 11

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El miércoles había sido un día tranquilo

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El miércoles había sido un día tranquilo. Acudí a todas las clases, aunque no presté atención a ninguna. Me extrañó que Emily no haya asistido. Cuando sonó el timbre de salida, como si me hubiese leído la mente, Jace se acercó para decirme:

—Ayer estuve con Emily, ¿sabes?—dijo con una sonrisa.

—¿Te acostaste con ella?— mi voz sonó extremadamente muchísimo más sorprendida de lo que esperaba.

—¿Qué?— me miró de inmediato con los ojos abiertos— No, claro que no. Sólo la acompañé a casa y charlamos.

—Raro que no te haya mandado a la mierda— le solté con desinterés.

—No, eso lo hace sólo contigo— dijo divertido.— Me preguntó por ti— soltó al cabo de unos segundos mientras salíamos del aula.

—Ah, ¿si?— lo miré extrañado, pero curioso.

—Sí, quería saber como un ególatra, egocéntrico y egoísta como tú podía ser amigo mío— se rio fuertemente. Solté una risa yo también.

—Con que sí— dije guiñándole un ojo— Está loca por mí, hermano, te lo digo.

Nos reímos fuertemente.

—Oye, ¿quieres acompañarme a buscar a Ben?— le pregunté cambiando el tema— No está demasiado animado todavía.

Recordé el día anterior, cuando cocinamos juntos unos omelettes para el almuerzo y él se descostillaba de la risa cuando, al intentar dar vuelta el huevo en el aire, se me había caído de lleno en el piso. Sonreí ante aquella escena.

—Claro—Jace conocía a Ben desde el primer día en que nació, eran muy cercanos y eso me encantaba. Él era el tío Jace.— ¿Qué le ha pasado?

—¿Qué le va a pasar?— la felicidad del recuerdo se desvaneció ante el recuerdo de Thomas.

—¿Qué hizo esta vez?— su voz denotaba hartazgo.

—Mandó al maldito de su chofer a buscarlo mientras estaba en una de sus estúpidas reuniones, cuando había dicho que iría a buscarlo él.— me desquité— Tendrías que haber visto su cara, sentado en una de esas costosas sillas, moviendo los pies que ni siquiera le llegaban al suelo, mirándose las manos...— recordar aquella imagen me volvió furioso—No deja de decepcionarlo.

—Ni a ti— acotó Jace, lo que me dejó pensando.

—Como sea— traté de calmarme— Él te adora y pensé que ir contigo quizás lo animaría un poco.

—Por supuesto, vamos a por el pequeño— accedió con energía.

—Vayamos por un taxi, no estoy usando el auto con la mano así.

—Maldición, podría haberlo manejado yo— me dio un golpe en el hombro, al tiempo que se reía— No quieres prestarme esa nave, ¿verdad, maldito desagradecido?

Nos reímos a carcajadas, pero me desconcentré de inmediato cuando vi a un montón de tipos en la entrada del instituto. Reconocí a dos de ellos de inmediato. Jace también lo hizo. Ya sabíamos lo que nos esperaba.

—Jace, vete de aquí— le dije por lo bajo mientras bajábamos las escaleras.

—No te dejaré solo, te matarán— gruñó con los dientes apretados.

—Vaya, vaya, vaya— soltó el tipo del antro al que había golpeado la otra noche mientras se acercaba. Tenía la cara con manchones negros y cortes de los puñetazos que le había dado. Un ojo todavía hinchado y con una aureola negra. Traía a otros cuatro tipos, entre los que estaba el segundo infeliz al que Jace había golpeado. No estaba tan maltrecho como el primero, pero también tenía sus golpes y marcas.

—Parece que el niño se lastimó la mano— se burló el primero mientras se acercaba— Espero que te masturbes con la izquierda— mostró una sonrisa diabólica.

Miré mi mano con fingida preocupación y ensayé una mueca:

—Mi puño tiene arreglo, pero tu cara...no estoy tan seguro.

La sonrisa se le borró del rostro y se apresuró a estamparme un golpe.

Los otros tipos que hacían de guardaespaldas atrás se dividieron entre nosotros dos y se dedicaron a golpearnos. No pude hacer más que caer al piso y ovillarme, cubrirme la cabeza con los brazos y encoger las piernas para proteger mi estómago. Tenía inhabilitada mi mano útil y sabía que, aunque estuviese sana, no podría contra tres tipos. Ni siquiera podía ver como estaba Jace, todo lo que veía entre los pliegues de mis brazos, eran pies, patadas, puñetazos. Recibí unas cuantas patadas en la espalda que me dejaron sin aire y con un espantoso dolor. Varios puntapié terminaron sobre mi mano rota, que obligaba a mantener sobre mi cabeza. Cuando creía que pararían, los golpes continuaban, simplemente...seguían. Cerré los ojos con fuerza y traté de aguantar.

—La próxima vez pensarás dos veces antes de meterte conmigo— gritaba el hombre con palabras entrecortadas, agitado a causa del esfuerzo puesto en golpearme.

No supe cuándo se fueron, fui incapaz de moverme siquiera un centímetro. Me costaba enormemente respirar, sentía como si tuviese un yunque sobre el tórax y no podía llenar los pulmones de aire. Tosía fuertemente con un ruido estruendoso. Sentí un enorme dolor en el pecho, indescriptible, era la sensación de tener un agujero, y comenzó a faltarme el aire. No podía respirar. Las lágrimas caían de mis ojos involuntariamente.

—¡Aiden! Soy yo, tranquilo— la voz de Jace sonaba quebrada.

Las lágrimas se desprendían como una cortina de agua, y sólo salían sonidos desgarradores y furiosos desde el fondo de mi alma. No podía ver nada, el cuerpo me temblaba.

—No puedo respirar— pude balbucear.

—Tranquilo, hermano, tranquilo.— sentí como me obligaba a recostarme sobre el suelo— Respira conmigo— comenzó a inhalar y exhalar lentamente.

—No puedo— me desesperé— No puedo.

—Sí puedes, vamos, haz como yo— volvió a inhalar y exhalar.

Desperté en un hospital, adolorido, agotado, débil.

Jace estaba sentado en una silla a mi lado. Se veía horrible. Tenía una ceja hinchada, y varios cortes. Sus rizos dorados estaban despeinados, enmarañados en lo que parecía ser mugre, polvo y sangre.

—Te ves como la mierda— le solté con dolor.

—Eso porque no has agarrado un espejo— me respondió con una sonrisa, pero con un dejo triste

—Para serte sincero, me siento como la mierda— admití.

—Bueno, te han dado una buena paliza— se acercó un poco a la camilla— El doctor dijo que podría haber terminado mucho peor. Tuviste suerte que no tuvieron que operarte, ni nada.

—¿Y por qué sigo aquí en esta cama y tu no?— fingí enfado.

—A mi no me han dado tanto— soltó con culpa— me golpearon un poco y luego más bien me sostenían para darte a ti. Cobardes— escupió— Además, a ti te han dado un sedante.

Noté que me observaba mucho, con los ojos caídos, vidriados.

—¿Qué ocurre?— inquirí.

Vi como se debatía entre hablar o callar. Luego de unos segundos sonrió levemente.

—Nada, hermano. Descansa, que lo necesitas.

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