El sábado me desperté cerca del mediodía con energías renovadas. Sentía como si no hubiese dormido en absoluto, como si hubiese seguido de largo desde el día anterior. Me levanté de la cama como si tuviera resortes en la espalda, sin sentir pesadez en los ojos, sin la lentitud que suele caracterizar a los primeros movimientos del cuerpo recién amanecido. Pasé por el cuarto de baño y me miré al espejo. Un Aiden desconocido me devolvió la mirada. Tenía el cabello enmarañado, los labios un tanto resecos, y una marca rosada en la mejilla, allí donde estaba terminando de cicatrizar el raspón que me di contra el asfalto. Pero aquello no era lo desconocido, sino el brillo extraño que tenía en los ojos. Inevitablemente pensé en Emily y en nuestro encuentro de esta tarde. Tenía una mezcla de sentimientos que poblaban mi cuerpo. Los principales: ansiedad y nerviosismo.
Almorcé algo liviano antes de ducharme y prepararme. El día parecía haberme premiado por animarme a quedar con Emily. El sol brillaba radiante en lo alto del cielo, sin atisbo alguno de nubes que vengan a opacarlo. El calor de la primavera comenzaba a sentirse, por lo que opté por unos pantalones de algodón cortos hasta las rodillas, de un color azul claro, con finas marcas en color blanco y gris, y una remera blanca, clásica, de mangas cortas y cuello redondo. Cuando me puse las zapatillas de cuero blancas, impecables, miré la hora y recién eran las tres de la tarde. Faltaba una hora todavía para el horario acordado para ir al parque. Sin nada más que hacer, y con la ansiedad carcomiendo cada espacio de mi cuerpo, decidí emprender el recorrido hacia el punto de encuentro de todas formas, y aguardar allí.
El potente sol me forzaba a entrecerrar los ojos. En mi mente trataba de ensayar qué iba a decirle a Emily. Nunca antes había pasado por una situación similar. ¿Ensayar qué decirle a una chica? La realidad era que temía mucho volver a cagarla. Trataba de mentalizarme una y otra vez en no cagarla.
A unas manzanas del parque había una tienda de café muy buena, con varias personas haciendo fila para ordenar y retirar su pedido. Hice una parada allí antes de seguir camino. Cuando llegué al punto de encuentro había bastante gente: grupos de amigas sentadas sobre mantas en el césped, algunos niños jugando con una pelota, varias personas paseando a sus perros. Busqué un banco cómodo y bien ubicado, y me senté con los vasos que había comprado. Miré la hora en mi celular. Tres y media. Suspiré, mientras movía la pierna, nervioso.
Luego de quince minutos de pasear la mirada por todo el parque, la vi llegar. Traía un jean claro, un poco suelto, arremangado de tal forma que se le veían los finos tobillos, y con algunas rasgaduras en la parte de las rodillas. Una remera gris de mangas cortas, un pequeño bolso colgando de su hombro, y una campera de cuero negra en su mano. Su cabello rubio caía sobre sus hombros, suelto, iluminándole el rostro. Casi no noté cuando llegó a mi lado. Me puse de pie de inmediato.
—Hola— dijo ella.
—Hola— respondí. Ambos quedamos parados, flotando en un silencio incómodo.
—Llegué unos minutos antes— confesó ella, en un intento de romper el hielo.
—También yo— marqué con obviedad. Otro silencio. Mi corazón parecía querer salir desesperado de mi cuerpo y dejarse ser reemplazado por esa pelota que los niños estaban usando para patear— Te compré esto— alcé la caja de cartón en la que estaban encastrados los vasos de la cafetería, sintiéndome ridículo, y arrepintiéndome por completo de haberlos llevado.—No sabía qué preferías, así que elegí un frapuccino y un batido de frutas.
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Olvida el mundo
Teen FictionEmily es una talentosa dibujante que está por descubrir que la vida es mucho más que sólo sueños. Aiden es un joven problemático y desinteresado que debe aprender que la vida no vale nada sin ellos. La historia ha probado que definitivamente no se...