Capítulo 23

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Llegué a mi casa agitado, sudado, y lo más importante: preocupado

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Llegué a mi casa agitado, sudado, y lo más importante: preocupado. Entré a la sala como un huracán, y me encontré con Susan asistiendo a mi madre, que se encontraba sentada en el sofá, y Ben parado en un rincón, con lágrimas en los ojos.

—¿Qué ha ocurrido?— solté con la respiración acelerada a causa de la corrida que había hecho para llegar allí lo más rápido posible.

—Oh, no es nada— expresó Jocelyn, mi madre, con liviandad— Estaba bajando las escaleras, y faltando algunos escalones, tropecé, o pisé el borde de mi bata, no lo sé... y caí el último tramo.

Me acerqué y comencé a inspeccionarla. No parecía tener heridas superficiales.

—Igual iremos al médico— manifesté preocupado.

—De ninguna manera, no es nada— se quejó Jocelyn.

—Ya he llamado a la ambulancia— acotó Susan. Le dediqué una mirada agradecida. Mis ojos se desviaron a la pequeña figura que se ocultaba más allá de la cuidadora de mi madre. Me acerqué a Ben y lo envolví en mis brazos. El chiquillo rompió en llanto.

—Tranquilo, pequeño— le susurré al oído mientras frotaba su espaldita— ¿Te has asustado?— pregunté con voz dulce. Mi hermano rompió el abrazo, aún con lágrimas en los ojos, y asintió.—Bueno, está bien, a todos nos pasa. Pero, tienes que saber que fue sólo eso: un susto.

—Pero mamá estaba tirada en el piso— argumentó el niño angustiado. Reconocí que a mí también me hubiese impactado ver a nuestra madre desvanecida en el suelo, pero sonreí con calma al responderle:

—Sí, es verdad, pero simplemente se cayó. Como tú cuando a veces juegas rápido y tropiezas y caes.

—Pero mamá es mamá. No cae— expresó Ben con seguridad. Aquellas palabras se me alojaron en el pecho como un duro frío de invierno.

—Sí, pequeño— lo miré con dulzura— Todos caemos en algún momento.

Las mujeres observaban el intercambio en silencio. Volví a abrazar a mi hermano, deseando alejarlo de todo mal, de toda tristeza, pero sabiendo que era necesario que entienda que la vida está llena de ello.

—Quizás sea hora de mudar tu habitación a la planta baja—le expresé a mi madre, intentando cambiar el clima.

—Claro que no— respondió ésta de inmediato—Ha sido sólo un accidente, todavía puedo andar sola.

La ambulancia llegó a la casa, y mientras Susan cuidaba de Ben, yo acompañé a mi madre al hospital. La recibió una médica alta, de contextura delgada, que vestía un largo delantal blanco. Decidieron hacerle algunos estudios rutinarios, para ver que no hubiese ninguna contusión o hemorragia interna.

Mientras aguardaba en una habitación, decidí consultar el área de traumatología para ver si ya podían quitarme ese maldito yeso de la mano. Me recibió un hombre, también con delantal, que me realizó algunas preguntas y me envió a realizarme una nueva radiografía para ver qué tal se fue curando la lesión. Luego de media hora de recorrer el hospital, hallar la sección de rayos, y realizarme el estudio, volví a ver al médico del principio.

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