Capítulo 26

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La cama se sentía suave bajo mi cuerpo

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La cama se sentía suave bajo mi cuerpo. Notaba la luz cálida de la mañana a través de mis párpados cerrados, y también el aire denso y pesado que hacía que me sienta algo ahogada. Abrí los ojos, poco a poco, para hallar a Aiden sentado a los pies de mi cama, mirándome con una expresión atormentada. Tenía el cabello revuelto, despeinado, arremolinándose desordenado por toda su cabeza, el ceño levemente fruncido. Sus ojos verdes, debajo de las pobladas pestañas negras, me miraban con anhelo. Tenían un brillo particular. Sus labios formaron una sonrisa tímida, casi cansada. Todo su cuerpo estaba bañado por la cálida luz dorada que se filtraba por la ventana, dándole un halo angelical, incluso parecía flotar.

Me incorporé en la cama, sintiendo el cuerpo demasiado cansado para levantarme.

—Estás aquí— le dije con la voz ronca y una sonrisa.

—Nunca me fui— respondió él casi en un susurro. Se puso de pie ágilmente, se dirigió a la ventana con pasos silenciosos, y la abrió. Una brisa fresca se filtró en la habitación, haciendo que inspire profundamente, olvidando la sensación de ahogo. —Ten— me alcanzó un vaso de agua, y sus dedos rozaron mi mano sutilmente, haciendo que un escalofrío recorriera todo mi brazo. Bebí enérgicamente mientras él me observaba en silencio. —¿Cómo te sientes?— preguntó al fin, cuando terminé de beber.

—No quiero hablar de eso— solté bajando la cabeza, y jugando con mis uñas. —¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—El necesario— formó una media sonrisa, que parecía triste. Se alejó de la cama hacia la puerta, con pasos calmos. —Iré a avisarle a tus padres que te has despertado.

Asentí, regalándole una sonrisa tranquilizadora. Abrió la puerta del cuarto con la mano que no tenía yeso, y se fue, cerrándola a sus espaldas. Pocos segundos después se volvió a abrir, dejando al descubierto la figura de un hombre adulto.

—¿Papá?— solté con emoción. Su expresión era feliz, despreocupada, relajada. Comenzó a ingresar al cuarto, con una amplia sonrisa, cuando de repente dos hombres encapuchados en unas bolsas de yute lo tomaron por la espalda, y apretaron un cuchillo contra su cuello.

Abrí los ojos alterada, con la respiración agitada, tardando unos segundos en comprender dónde me encontraba. Seguía tirada en el piso, de costado, con las manos amarradas a la espalda. La bolsa que tenía en la cabeza me ahogaba, aspiraba una y otra vez mi propia respiración cálida, lo que me hacía sentir mareada. Tenía la boca seca, y ansiaba con toda mi alma un poco de agua. Sentía todo el cuerpo entumecido, en especial los brazos, y un fuertísimo dolor de cabeza. Apreté los ojos, percibiendo el frío suelo de concreto aplastando el lado izquierdo de mi rostro, allí donde había golpeado al caer. ¿Cuánto tiempo llevaba desvanecida?

El ambiente parecía iluminado, como si hubiese comenzado un nuevo día. A través de la tela que rodeaba mi cabeza percibía un aura dorada, lo que me transportó automáticamente a la pesadilla que había tenido. Recordé a Aiden, bañado por la luz de la mañana, sentado en mi cama, y me invadió un fuerte deseo de estar junto a él. Por alguna razón, me sentía más segura cuando me imaginaba a su lado. Recordé la noche en la que Aiden había molido a golpes a los imbéciles que me drogaron e intentaron abusar de mí en la discoteca. La forma en la que, aún entonces cuando lo detestaba, había cuidado de mí, me había protegido. Una lágrima descendió por mi mejilla al percatarme que nadie podría protegerme allí.

Luego, pensé en mi padre, y mi corazón se estrujó aún más. Hacía bastante que no soñaba con él. Durante un tiempo, luego de su muerte, tenía frecuentes pesadillas sobre él, pero con el tiempo fueron desapareciendo. ¿Haber soñado con él significaba algo? ¿Sería una señal de que iba a morir en ese lugar? Se me erizó la piel al rememorar la imagen de mi padre siendo degollado por esos hombres encapuchados. ¿Me pasaría eso a mi?

La puerta corrediza chirrió mientras la abrían, haciendo que me sobresalte. Escuché los pasos de un hombre acercarse a mí, y cuando estuvo a mi lado, pude ver los pesados borcegos negros que llevaba puestos. El pie del secuestrador se estampó levemente en mis caderas.

—Levántate— la voz gruesa y rasposa me produjo malestar.

—¿Podría darme un poco de agua?— inquirí con tono débil, cansado.

Sentí las manos del hombre cerrarse sobre mi brazo y mi cuello, enterrando los dedos en mi carne con fuerza. Emití un quejido mientras me levantaba por el aire y, luego de acomodar la silla a mis espaldas, me dejaba caer sobre ella con brusquedad. Intenté controlar el llanto que me invadía.

—Es hora de llamar a tu madre— dijo el hombre con dureza— Parece no estar muy interesada en tu rescate.

—Está haciendo todo lo posible— respondí con la voz quebrada, sabiendo que cada palabra era cierta. Sabía que mamá no tenía dinero, de otra forma, ya lo habría depositado. Y eso era lo que me asustaba: saber que era verdad. ¿Qué pasaría si no depositaba? ¿Qué harían conmigo?—Un poco de agua, por favor— insistí, tragando mi propia saliva en el intento de saciar la necesidad.

El hombre se alejó con pasos acelerados, y dejé de oírlo por unos segundos. Un momento después lo oí volver, los borcegos pesados contra el suelo, junto con otras dos personas, hasta que se detuvieron a mi lado. Sin advertencia alguna, una ola de agua helada me golpeó como una bofetada en la cara, y me empapó por completo. Desde el rostro, pasando por la remera, que de inmediato se adhirió a mi cuerpo, y mis jeans. Escuché el balde vacío golpear contra el suelo, y quedé paralizada.

—¿Quieres más?— amenazó el hombre con hartazgo.

Con el cuerpo temblando, abrí mi boca para responder, y antes que cualquier sonido pueda salir, una segunda tanda de agua helada golpeó mi cuerpo. Toda mi ropa estaba chorreando, incapaz de absorber más líquido, y, sin querer, había inhalado parte del agua. Comencé a toser incontroladamente, sintiendo un ardor en la garganta.

—Llama a la madre— le ordenó un hombre a otro. Luego de unos segundos de silencio, mi madre atendió.—No pareciera importarle mucho la seguridad de su hija— soltó el secuestrador, con la voz oscura y amenazante.—Hasta que no deposite el dinero, no la volverá a ver.— Escuchaba la voz de mi madre al otro lado, aguda, desesperada, pero no lograba identificar lo que decía.—Cuanto más tiempo deje pasar, peor se volverá para ella. Le aconsejaría que se apresure.

Mi cuerpo se tensó al escuchar aquello, la voz del hombre presagiaba horrendas cosas, cosas que era incapaz de imaginar siquiera.

De repente, a través de la tela que envolvía mi cabeza, sentí que me apoyaban el teléfono en la oreja, y el murmullo de mi madre se transformó en un sonido claro.

—¿Mamá?— sollocé, sin poder controlarlo.

—¿Emily?— la voz de mi madre sonaba desesperada, y se notaba que hacía un gran esfuerzo por no sonar de esa forma, por mantener la compostura.— Emily, cariño, todo estará bien, ¿me oyes? Todo estará bien.

Las lágrimas se atragantaron en mi interior, quemándome. Me quitaron el teléfono de la oreja antes de que pudiera decir nada más, y supe que habían cortado la comunicación. Los secuestradores abandonaron el galpón antes de cerrar nuevamente la puerta, y dejarme completamente sola, adolorida, empapada.

Los pelos de los brazos se me erizaron, la ropa empapada comenzaba a enfriarse, y la más mínima brisa hacía que me recorriera un escalofrío. Me mordí el labio y me permití llorar, desesperanzada. ¿Cuánto tiempo me tendrían allí? ¿Qué cosas espantosas harían conmigo? ¿Cuánto tiempo me tendrían sin comida ni agua? ¿Mi madre realmente creía que todo estaría bien? ¿O sólo lo decía para tranquilizarme? ¿Habría conseguido dinero?

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