El martes por la mañana, mientras preparaba mis cosas para ir al instituto, vi la chaqueta de Aiden ya limpia sobre el sofá. Suspiré y la tomé.
En la entrada del instituto aguardé a encontrarlo. Lo que menos quería era verle la cara, y más aún, luego de la conversación que habíamos tenido el día anterior. Venía a reclamarme por su estúpido auto, cuando él había arruinado mi futuro. ¿Quién me arreglaba eso?. También había notado que tenía su mano enyesada, y el sábado en el antro no la tenía. El sonido del timbre de ingreso interrumpió mis pensamientos. Bien, le entregaría la campera luego. Cuando di media vuelta para ingresar lo vi llegar. Inspiré y exhalé lentamente para encararlo. Cuando estuvo cerca mío le tendí su campera.
—Gracias— dije casi con sarcasmo.
—Buen día para ti también—su voz sonaba igual de irritante que siempre— ¿Por qué me agradeces exactamente? ¿Por darte mi abrigo o por salvarte la vida?— respondió con el mismo sarcasmo. Resoplé con hartazgo.
—Eres un idiota— me apuré a entrar. Noté que todavía tenía su campera en la mano y se la tiré. La atrapó en el aire y me miró con falso enojo.
—Más cuidado, que es mi favorita.
—Apuesto a que puedes comprarte otra— dije ingresando al instituto y él comenzó a seguirme.
—¿Entonces es por eso? ¿Me odias porque tengo plata?
—Te odio porque eres un idiota— apuraba el paso para perderlo, pero sus pasos eran mucho más largos que los míos y me seguía el ritmo.
—Seré un idiota, pero recuerdo la forma en que me mirabas la otra noche— su voz se tornó seductora.
Las pocas imágenes que recordaba de esa noche me vinieron a la mente. Él sentado en un apartado mirándome fijamente.
—Estas loca por mí y no quieres admitirlo— continuó él.
—Así no es como yo lo recuerdo— continuaba marchando con prisa.
—¿Y cómo lo recuerdas?— logró posicionarse frente a mi y cortarme el paso. Intenté esquivarlo pero de alguna forma, lograba impedírmelo— ¿Sabes? Sólo tienes que admitirlo.
—De acuerdo, tu ganas— lo miré a los ojos con seriedad, y su media sonrisa apareció— Eres la única persona en todo el instituto que no me agrada, lo cual es mucho decir porque es un enorme colegio— su sonrisita se había ido esfumando de a poco— Y luego de lo que me has hecho, dudo que vayas a agradarme en algún momento. Agradezco que éste sea el último año para perderte de vista.
Lo esquivé y caminé hacia el aula.
—Eres demasiado histérica para mi de todos modos— soltó alzando la voz para que lo oiga, con superioridad y un dejo agresivo.
Ingresé al aula y estaba completamente vacía. Quedé desconcertada por un segundo, hasta que recordé que la clase se iba a dar en el laboratorio. Salí apresurada hasta llegar a la habitación correspondiente, y entré agitada.
—Señorita Taylor, estas no son horas de llegar— me reprendió el profesor.
—Lo lamento— dije al tiempo que me acomodaba en una de las mesadas altas de mármol.
—Bien, como decía...
La puerta se volvió a abrir y fue Aiden quien entró.
—¿Alguien más quiere llegar tarde?— se quejó el docente.
Aiden caminó tranquilo y se ubicó en donde encontró espacio, sin siquiera pedir disculpas por la interrupción.
—Como decía— continuó el hombre con tono irritado— El clorato de potasio es un químico común, pueden encontrarlo en productos de desinfección y demás. Sobre sus mesas tienen los elementos necesarios para realizar una experiencia que será calificada en grupos de a dos: elijan a su pareja— los alumnos automáticamente comenzaron a murmurar y a buscar compañero— Excepto— agregó casi en un grito para que todos escuchasen— La señorita Taylor y el señor Hawk, que tendrán el gusto de trabajar juntos.
Mis cejas se fruncieron levemente y mi boca se abrió.
—¿Qué?—atiné a decir— ¿Por qué?
—Dado el hecho que a ambos les gusta llegar tarde a mi clase, ambos realizarán el experimento juntos— explicó sin lugar a reclamos.
—Pero...— comencé a argumentar.
—Usen las protecciones necesarias, no quiero ningún accidente en mi clase— ordenó en general, dando por finalizado el intercambio.
Miré hacia donde Aiden estaba, que tomaba sus cosas con una sonrisa divertida. El resto de los estudiantes se agruparon y comenzaron a trabajar. Yo tomé el libro con enfado y busque el capítulo adecuado, mientras Aiden se acomodaba al lado mío.
Encendí el mechero, tomé un tubo de ensayo y le coloque la cantidad adecuada de clorato de potasio, según indicaba el manual. Aiden, en cambio, tomó un paquete de gomitas de dulce y se dispuso a comerlas y a observarme, como si de una película se tratase.
Sin darle importancia, tratando de no irritarme más de lo que ya estaba, coloqué el tubo sobre el mechero. Debía esperar que llegase a su punto de fusión para poder continuar: el polvo blanco se convertiría en líquido, según nos habían indicado. Aiden revolvía el paquete con una sola mano, ya que la otra la tenía enyesada y hacía ruido para comer, lo que me estaba crispando los nervios.
—Ya que no vas a hacer nada, por lo menos deja de fastidiarme, ¿quieres?— lo miré con rabia.
—¿Quieres?— me acercó el paquete al rostro.
—No, y aleja esa cosa de aquí, es peligroso.
—¿Peligroso?— repitió incrédulo.
—¿Siquiera sabes lo que eso significa?— respondí irritada mientras veía como ya había una sustancia líquida.
—¿Tu sabes lo que significa?— repitió la pregunta al tiempo que se metía una gomita en forma de osito en la boca. La imagen casi causaba gracia: Aiden Hawk, el chico malo, con su mala reputación y su mal carácter, comiendo gomitas de dulce como si fuese un niño de cinco años.
Todo sucedió muy rápido. Demasiado rápido.
Aiden había tomado una de sus gomitas y la llevaba hacia el vaso con la sustancia ya hirviendo, al tiempo que preguntaba qué sucedería si introducía el dulce. No terminó de preguntar aquello que la soltó, y no tuve tiempo de indicarle lo contrario. Ni bien el osito tocó el líquido, un ruido fuerte comenzó a emerger, como el de un fuerte viento que sopla, junto con un espeso vapor blanco que salía desprendido hacia arriba. Los estudiantes gritaron y se alejaron.
Luego de unos largos segundos, que parecieron horas, el líquido se consumió y lo único que quedaba era el fondo del tubo negro, un aroma intenso, y la mirada furiosa del profesor.
—Están ambos castigados— hizo un esfuerzo por remarcar la palabra "ambos".
—¡Pero yo no he hecho nada!— protesté.
—¡Ambos!— elevó la voz y cerró los ojos, como si internamente estuviese contando para calmarse.
Fruncí el ceño a más no poder y le dediqué una mirada furiosa a Aiden, que todavía tenía una mueca de sorpresa por lo ocurrido. Tomé mis cosas y salí disparada del aula.
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Olvida el mundo
Teen FictionEmily es una talentosa dibujante que está por descubrir que la vida es mucho más que sólo sueños. Aiden es un joven problemático y desinteresado que debe aprender que la vida no vale nada sin ellos. La historia ha probado que definitivamente no se...