Luego de lavarle bien los cortes que tenía en sus muñecas, soportando los quejidos que largaba de vez en cuando, y sus muecas de dolor, me di cuenta que seguramente Emily quería algo de privacidad para enjuagarse y quitarse el resto de ropa sucia.
—Te esperaré fuera— le indiqué. Ella pareció agradecer el momento de intimidad con una débil sonrisa, y un poco de color en sus mejillas.
Salí del cuarto de baño con un torbellino de emociones. Desde el momento en que la vi ingresar a la casa, con la ropa mojada, y todas esas marcas en su rostro y sus manos, mi corazón se había deshecho en mil pedazos. Tenía un fino corte en el lado izquierdo de la nariz, seguido de un pómulo hinchado y enrojecido. También había rastros de sangre seca y suciedad en su frente, y en especial en sus manos. La más impresionante de todas sus heridas, era la de sus muñecas: tenían una profunda marca oscura, como si la piel estuviera en carne viva, surcada por una mezcla de sangre pegajosa y tierra. Sin mencionar los raspones que tenía en sus brazos, con algunas gotas de sangre líquida, reciente. Podía afirmar con certeza que aquella imagen de ella me acecharía por el resto de mis días.
Y en medio de todo eso, en medio de toda esa angustia y desesperación, en medio de toda esa culpa, ella se apoyó en mí. Cuando me pidió que me quedara con ella, mi mente sufrió un cortocircuito por un segundo. Me costaba admitir que eso era todo lo que quería, quería estar con ella, no despegarme ni un segundo, quería cuidarla, protegerla. Pero, había asumido que quizás ella querría cierta privacidad, y no quería imponerme.
En el instante en que la vi desvestirse frente a mi, una explosión ocurrió en mi interior. Primero, porque descubrí que tenía más heridas de las que había visto, y todas esas sombras oscuras marcadas en cada hueso de su espalda, me tomaron por sorpresa. Por un segundo imaginé las peores atrocidades que podrían haberle hecho, y una intensa ira se adueñó de mi cuerpo. Segundo, porque no me había percatado del inmenso deseo que tenía por verla de esa forma. Me sorprendió la intensidad con la que quise ser yo el que se deshacía de esas prendas, que sean mis manos las que acaricien la silueta de su cuerpo. Y era un sentimiento nuevo para mí. No porque no hubiera visto mujeres desnudas antes —y las había visto en decenas—, sino porque la desnudez de esas mujeres no me habían generado en absoluto lo que me generaba la de Emily. Su pálida piel, su cuerpo menudo, la redondez de sus glúteos, me permití observar y guardar en mi memoria cada detalle.
La puerta del baño se abrió repentinamente, y una húmeda calidez emanó de la habitación. Emily estaba envuelta en una toalla blanca, y su largo cabello goteaba a montones por el suelo.
—Ve a cambiarte, yo ordeno aquí— le dije con amabilidad. Ella se dirigió a su cuarto en puntitas de pie, dejando pequeñas huellas por todo el suelo. Ingresé al baño, y lo primero que hice fue quitar el tapón de la bañera para que se vacíe del todo. El agua, que en un principio era cristalina con una gruesa capa de nubes de espuma, ahora se veía turbia, y se llevaba consigo los restos de jabón, sangre, sudor y suciedad que había acumulado.
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Olvida el mundo
Teen FictionEmily es una talentosa dibujante que está por descubrir que la vida es mucho más que sólo sueños. Aiden es un joven problemático y desinteresado que debe aprender que la vida no vale nada sin ellos. La historia ha probado que definitivamente no se...