Las semanas fueron transcurriendo, y cada día que pasaba era el nuevo mejor día de mi vida. Pasaba muchísimo tiempo con Emily: íbamos al cine, al parque de picnic, a caminar, a pasear con Benny, o simplemente pasábamos el rato en casa. Cada tanto retomaba sus lecciones de manejo, que me ponía los nervios a flor de piel: no sería la primera vez que le hiciera algo a mi preciado auto. También nos juntábamos a estudiar, puesto que cada vez faltaba menos para la graduación. Aunque la mayoría de esas tardes de estudio terminaba en situaciones mucho más encendidas.
Hacíamos el amor múltiples veces, cada una de ellas única y especial. Poco a poco explorábamos distintas caricias, distintas poses, aprendíamos lo que le gustaba al otro, cómo le gustaba. Ella me volvía absolutamente loco. A veces, con tan sólo mirarme sugerentemente ya me ponía duro. En varias oportunidades me encontraba fantaseando despierto, recordándola desnuda sobre mí. O cuando me sorprendió y se llevó mi miembro a su boca, dándome un placer inexplicable, haciéndome perder la cabeza por completo. No terminaba de acostumbrarme a lo que me provocaba, cada vez que la veía era como la primera vez, mi cuerpo se encendía y no me saciaba.
Yo había tenido mi primera vez a los quince, en esa época en donde estalló todo. Y a partir de allí, había estado con incontables mujeres. No me sentía demasiado orgulloso de la manera en que las trataba, porque poco me preocupaba por el placer de ellas. Aún así, me creía experto en el asunto, estaba seguro de haber experimentado todo lo que se podía experienciar. Y sin embargo, ahí llegaba ella para revolucionar mi mundo. De repente, todo lo que creía conocer se multiplicaba por el mero hecho de que era ella quien lo hacía; de pronto, verla gozar y saber que yo le provocaba eso, me generaba un placer particular que me enloquecía.
Así como también me generaba placer verla reírse de mis chistes, o sonrojarse, o charlar con mi hermanito. Su simple presencia había envuelto mi alma por completo. No me afectaba admitir que Emily me había sanado, había hecho que mi vida tuviera un mejor sentido. A veces, pasaba horas observándola mientras ella creía que no la veía —en general, mientras dibujaba—. Me quedaba absorto en su rostro, en la concentración y la paz que emanaba mientras bocetaba en una hoja, y me preguntaba cómo esa mujer lograba hacerme sentir tantas cosas.
A veces pensaba que el destino quería encontrarme con ella para finalmente ponerle un orden a mi vida. Luego del juicio, realmente fue como comenzar a vivir de nuevo. Todo había cambiado. No sólo porque me encontraba semanalmente con un hombre que me realizaba un seguimiento, y con una terapeuta con la que realizaba un tratamiento; sino porque yo mismo me sentía distinto, mis relaciones eran distintas. En general, los fines de semana me encontraba con Thomas para almorzar. Emily solía acompañarnos, se llevaba muy bien con mi familia. Las cosas con Jace habían vuelto a la normalidad, ya no salíamos tanto como antes, pero compensábamos con otras actividades más sanas que disfrutábamos mucho —como hacer karaoke—. Mi amigo había manifestado el deseo de graduarse y tomarse un año para viajar y conocer. Sospechaba que tenía que ver con la necesidad de reencontrarse consigo mismo y descubrirse.
ESTÁS LEYENDO
Olvida el mundo
Teen FictionEmily es una talentosa dibujante que está por descubrir que la vida es mucho más que sólo sueños. Aiden es un joven problemático y desinteresado que debe aprender que la vida no vale nada sin ellos. La historia ha probado que definitivamente no se...