Capitulo 8

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Lali miró por la diminuta ventana mientras el avión despegaba. No había señal de Peter en la terminal. Por primera vez se preguntó si tal vez él decidió no ir tras ella.

Se recostó y se encogió de hombros. ¿Y qué si no volvía a verlo nunca más? No era mucho mejor que ella, pero sí muchísimo más arrogante. Definitivamente, aquello no era algo que necesitara en ese momento.

Al abrir la revista que había cogido en el aeropuerto, se encontró con él, con los dos, en el estreno de una película a la que habían asistido el mes pasado. Él estaba guapísimo con su traje negro, mientras daba la sensación de estar intentando no encogerse de vergüenza ante el ataque de flashes de las cámaras y escandalosos fanáticos. Estaba segura, que eso, no lo extrañaría. Y mucho menos lo extrañaría a él. Está bien. Tal vez sí lo iba a extrañar, pero daba igual. Después de pasar tres meses seguidos en Inglaterra, partía hacia un lugar que durante los tres últimos años casi había comenzado a considerar su hogar. Salvo que en ese mismo instante, para su mente «hogar» tenía la alarmante tendencia a estar dondequiera que estuviera Peter.

Se sacudió mentalmente. No lo necesitaba; simplemente le gustaba estar cerca de él. Y le gustaba la relación que mantenían. Mucho. Aun así, la promesa que había hecho de cambiar no había sido tanto por él como por sí misma. Peter no tenía que llevarse el mérito, y no iba a realizar parte del esfuerzo. Era asunto suyo. Su vida y el rumbo que ésta tomara habían sido asunto suyo en todo momento.

Buenos Aires, Argentina Jueves, 4:47 p.m.

Lali forzó la cerradura de la pequeña y descuidada casa a las afueras de Buenos Aires e ingresó. Sentado en la mesa de la cocina y mezclando una ensalada se encontraba un hombre de reluciente cabeza y piel clara. Una hamburguesa todavía envuelta en su papel blanco llenaba el plato que se encontraba un asiento más allá.

—Ya era hora de que llegaras, enana —dijo Nicolás, mostrando una amplia sonrisa en su cara—. Tu hamburguesa con queso con doble porción de tomate y sin cebolla se está enfriando.

—Intentaba darte una sorpresa —respondió, abalanzándose sobre él para darle un beso en la mejilla antes de tirar la mochila en un rincón y sentarse pesadamente en la silla desocupada—. ¿Cómo sabías que llegaría a tiempo para la cena?

—Revisé el contestador —dijo, señalando el aparato con el codo.
Ella dejó escapar un suspiro, fingiendo no sentirse aliviada porque Peter siguiera interesado.

—¿Cuántos mensajes dejó?

—Tres. Respondí el primero y luego me di cuenta. Lo tienes muy enojado, enana.

—Bueno, es mutuo. —«En fin, más o menos.» De hecho casi quería patearlo hasta que me pidiera disculpas por ser un tarado y aceptara, con la mano sobre una ruma de Biblias, desistir y dejarla emprender su nuevo experimento sin querer interferir.

—Entonces, ¿terminaron?

Cuánto le gustaría que eso pasara a Nico; no aprobaba su relación con uno de los tipos más influyentes y ricos del planeta más de lo que a Peter le gustaba su amistad y confianza en un profesional de la «reubicación» de adquisiciones. Lali exhaló, intentando hacer caso omiso a la forma en que el pecho se le encogía al pensar que no volvería a ver a Peter Lanzani de nuevo.

—No tengo ni la más remota idea. —Desenvolvió la hamburguesa y comenzó a devorarla—. Se estaba metiendo en mi camino. Y te extrañaba mucho.

—Yo también te extrañaba, chiquita. —Nicolás la miró durante un rato largo por encima del tenedor lleno de lechuga y queso parmesano, bañado con aliño bajo en calorías—. ¿Estás segura de que quieres ser honrada? Porque tengo una oferta que es de no creerse: un millón por una noche de trabajo en Ven...

—Cállate —lo interrumpió—. No me tientes.

—Pero...

—En mi último trabajo, Nicolás, terminaron muertas tres personas. Me parece que es una señal.

—Nada de lo que pasó fue tú culpa. Hubiera sido peor si tú no hubieras estado ahí. —Y también Juan Pedro se hubiera convertido en un fiambre.
Pensar en lo que hubiera podido pasar, todavía le afectaba.

—Puede. Pero comienzo a sentirme menos como una ladrona de guante blanco tratando de probar su inocencia y más como un policía tratando de luchar contra mil mafiosos—Se encogió de hombros—. No es divertido tener que estar atento a la caída de partes corporales.

—¿Y qué? —le insistió—. Hiciste un montón de trabajos en los que nadie se rompió ni siquiera una uña. Además, se puede aguantar mucho por un millón. Se trata de un Miguel Ángel perdido, Lali. Se llama La Trinidad.

—Caramba, Nicolás, te dije que no me contaras nada. —«Miguel Ángel.» ¡Demonios! Le encantaba Miguel Ángel—. No voy a hacerlo. Me retiré.

—Claro, porque él te lo pidió.

Arte para los Problemas 2: De Ladrona a...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora